La política exterior de Obama hacia Cuba está mostrando un perfil errabundo que combina decisiones acertadas con errores muy primarios. Básicamente, mientras Fidel Castro viva, cualquier ilusión de reforma y ampliación de las libertades dentro de la Isla resulta imposible. Si en 50 años no ha abierto ni siquiera un poco el puño (como le decía supuestamente a la Reina Sofía: "No puedo. Si abro un poquito enseguida querrán un muchito") parece claro que no lo va a hacer en las postrimerías de su vida. La agonía de Fidel no le otorgará la cordura y lucidez que nunca tuvo.La cuestión, por consiguiente, es qué incentivos se crean dentro del régimen para el momento en que el mayor de los Castro desaparezca de la escena. Casi todos saben que la actual situación resulta insostenible, si acaso porque Raúl tampoco es un jovenzuelo que pueda asentarse en el mando durante mucho más tiempo. La cuestión es la dirección que vaya a tomar la reforma al morir Fidel. Puede que la dictadura trate de organizar una sucesión pacífica de Raúl buscando para Cuba otro papel en la nueva escena internacional al estilo del que ejercía y perdió con el desplome de la URSS (bien como aliado de Chávez o de Rusia), de modo que no tenga que modificar en lo sustancial la organización política y económica. O puede que se inicie la transición hacia una democracia occidental de mercado mediante reformas de fondo (reconocimiento de la propiedad privada, elecciones libres...).
Que siga un rumbo u otro dependerá de qué individuos dentro de Cuba logren hacer valer sus tesis; y dado que hoy nadie tiene un control absoluto del aparato militar como para imponer por la fuerza su visión, el panorama internacional influirá de manera decisiva en el resultado de la refriega intestina.
Todas las medidas exteriores que contribuyan a reforzar las tesis inmovilistas, a saber, que los cuadros del régimen podrán mantener su poder y privilegios en ausencia de los Castro gracias a un clima exterior propicio, aleja el escenario de una transición democrática en Cuba. Todas las medidas que, en cambio, muestren la imperiosa necesidad de virar el rumbo y recuerden que la dramática situación de la Isla va ligada al sistema político-económico comunista, acicatean el cambio.
Obama tomó la semana pasada una decisión inteligente: levantar las restricciones al envío de remesas y a los viajes a Cuba de los cubanoamericanos. De esta manera, no sólo puso fin a una medida adoptada en 2004 sin demasiado sentido, sino que promueve el intercambio de ideas y dinero entre los cubanos de la Isla y los cubanos de Miami: les permite a los primeros recordar cada día por qué el mismo pueblo que malvive en Cuba sin embargo triunfa en Miami.
Ahora bien, el viernes la secretaria de Estado de Obama, Hillary Clinton, cometió un error mayúsculo: proclamó a los cuatro vientos que la política norteamericana hacia Cuba había fracasado y que urgía el diálogo con el régimen. Dicho de otra manera, Clinton no sólo estaba asumiendo implícitamente parte de la responsabilidad en la situación de Cuba (cuando ésta corresponde por entero a la dictadura) sino que abrió la posibilidad a que el régimen pudiera obtener contrapartidas si sabía manejar los gestos hacia Estados Unidos.
Obviamente, el mensaje de Clinton y lo que de ahí se deriva – un eventual levantamiento del embargo antes de que muera Fidel Castro – sólo da nuevos bríos a quienes sostienen que el régimen puede sobrevivir sin reformas y con buenos aliados. No hay que conceder ningún triunfo ni ningún premio a la dictadura. Desde luego, los embargos son nocivos para el país que los impone y para el que los padece, si bien en el caso de Cuba tuvo un origen loable como fue impedir que se efectuaran transacciones económicas con bienes que habían sido expropiados por la robolución. Hoy ha perdido buena parte de su sentido salvo como símbolo del rechazo estadounidense al castrismo y al comunismo; eliminarlo ahora, cuando los Castro están a punto de perder y cuando podría utilizarse desde dentro como argumento frente a los inmovilistas para favorecer la transición, sería un error.Por fortuna, Obama volvió a situar este domingo la pelota donde ha estado siempre: en el tejado de los Castro. Son ellos quienes han condenado a la miseria a los cubanos y son ellos – y todo lo que representan – los que deben desaparecer para que el bienestar y la libertad florezcan en la Isla. Estados Unidos no ha podido fracasar en aquello sobre lo que nunca tuvo responsabilidad.
Que siga un rumbo u otro dependerá de qué individuos dentro de Cuba logren hacer valer sus tesis; y dado que hoy nadie tiene un control absoluto del aparato militar como para imponer por la fuerza su visión, el panorama internacional influirá de manera decisiva en el resultado de la refriega intestina.
Todas las medidas exteriores que contribuyan a reforzar las tesis inmovilistas, a saber, que los cuadros del régimen podrán mantener su poder y privilegios en ausencia de los Castro gracias a un clima exterior propicio, aleja el escenario de una transición democrática en Cuba. Todas las medidas que, en cambio, muestren la imperiosa necesidad de virar el rumbo y recuerden que la dramática situación de la Isla va ligada al sistema político-económico comunista, acicatean el cambio.
Obama tomó la semana pasada una decisión inteligente: levantar las restricciones al envío de remesas y a los viajes a Cuba de los cubanoamericanos. De esta manera, no sólo puso fin a una medida adoptada en 2004 sin demasiado sentido, sino que promueve el intercambio de ideas y dinero entre los cubanos de la Isla y los cubanos de Miami: les permite a los primeros recordar cada día por qué el mismo pueblo que malvive en Cuba sin embargo triunfa en Miami.
Ahora bien, el viernes la secretaria de Estado de Obama, Hillary Clinton, cometió un error mayúsculo: proclamó a los cuatro vientos que la política norteamericana hacia Cuba había fracasado y que urgía el diálogo con el régimen. Dicho de otra manera, Clinton no sólo estaba asumiendo implícitamente parte de la responsabilidad en la situación de Cuba (cuando ésta corresponde por entero a la dictadura) sino que abrió la posibilidad a que el régimen pudiera obtener contrapartidas si sabía manejar los gestos hacia Estados Unidos.
Obviamente, el mensaje de Clinton y lo que de ahí se deriva – un eventual levantamiento del embargo antes de que muera Fidel Castro – sólo da nuevos bríos a quienes sostienen que el régimen puede sobrevivir sin reformas y con buenos aliados. No hay que conceder ningún triunfo ni ningún premio a la dictadura. Desde luego, los embargos son nocivos para el país que los impone y para el que los padece, si bien en el caso de Cuba tuvo un origen loable como fue impedir que se efectuaran transacciones económicas con bienes que habían sido expropiados por la robolución. Hoy ha perdido buena parte de su sentido salvo como símbolo del rechazo estadounidense al castrismo y al comunismo; eliminarlo ahora, cuando los Castro están a punto de perder y cuando podría utilizarse desde dentro como argumento frente a los inmovilistas para favorecer la transición, sería un error.Por fortuna, Obama volvió a situar este domingo la pelota donde ha estado siempre: en el tejado de los Castro. Son ellos quienes han condenado a la miseria a los cubanos y son ellos – y todo lo que representan – los que deben desaparecer para que el bienestar y la libertad florezcan en la Isla. Estados Unidos no ha podido fracasar en aquello sobre lo que nunca tuvo responsabilidad.
Un amigo dice que Obama es Zp en morenito.