sábado, 3 de enero de 2009

MEDIO SIGLO DE CASTRISMO II.-



ALGUN UNO DE ENERO, EN LA HABANA.-
Algún día, algún primero de enero como éste, me despertaré en La Habana. Será en algún hotel o en la casa de un amigo cubano, pero el sol vendrá del mismo sitio y como acostumbra: turbulento, estrepitoso, apabullante desde el amanecer. Desayunaré jugo de fruta, siempre digna de ver en el Caribe, tomaré un aguachirle para mojar bizcocho y luego una coladita con los demás. Porque en esa mesa no estaré solo. Seguramente alguien bendecirá la mesa y guardaremos un minuto de silencio por los que no hayan llegado a ver ese día. Y si yo no estuviera allí, que alguien me recuerde, porque no quisiera morirme del todo sin despertar algún 1 de Enero en La Habana.
Por supuesto, desayunaré junto a los Montaner, con quienes a solas o familiarmente acompañados hemos declarado tantas guerras de papel, hemos promovido infinitos manifiestos y denuncias. Habrán pasado más de treinta años desde que conocí a Carlos Alberto en Las Palmas, pidiendo la libertad para Padilla. Heberto ya no podrá ver esa mañana, pero de algún modo la verá. También estará y no estará, abacialmente sentado, el gran Lezama Lima, a quien nunca llegué a ver. Y a poco que alguien se descuide, Severo Sarduy se sentará en sus rodillas. Han muerto tantos ya, esperando ese día. En España, por ejemplo, Xavier Domingo, que tantas cosas hizo por la causa cubana, la única causa, la de la libertad. Y tantos que no recuerdo. Y tantos que no conozco, pero sé que son, que han sido y estarán ahí. Leía sus esquelas en Diario de América o El Nuevo Herald y recuerdo sus tumbas, en el cementerio de Miami. Y siempre, españoles al fin, recordando su pueblo natal. Julio Estorino me regaló hace tiempo una guía de la rememoración municipal que llevaré ese día para identificarlos.
Me gustaría ver la escuela donde hizo las prácticas como maestra Celia Cruz. Y la casa de Lezama, y el cuchitril primigenio de Orígenes, y el piano impecablemente negro de Bola de Nieve, y un atril de la orquesta que acompañaba a Benny Moré. No iré a Tropicana si no actúan Gloria Stefan, Willy Chirino y Albita. ¡Qué culpa tengo yo de no haber nacido en Cuba!
Pero eso será por la noche. Esta mañana, en la mesa de al lado veo desayunar a los Mestre, Ramón y Carmina, con su familia y sus amigos, tantos de ellos presos políticos durante décadas en las cárceles de Castro. Había que llegar a ese día y llegaron. Unos, vivos; otros, en las vidas que iluminaron con las suyas. Veo a otros que conocí al llegar desde la cárcel a Madrid, al piso de los Montaner en la casa y calle de Cervantes: Valladares, Menoyo, Jorge Valls... Son tantos que apenas recuerdo pero recuerdo muy bien. Eran la dignidad rescatada, porque sólo al rescatar la suya merecíamos la nuestra. Algunos habrán demostrado que la libertad abarata las cosas y también a las personas. Pero nadie debería pagar tan alto precio para comprobarlo.
Sin embargo, esa mañana del 1 de Enero, en La Habana, se habrán pagado todas las deudas, se habrá arruinado la ruina, habrá perdido la vileza su pretensión de eternidad, siquiera por un día. Después de desayunar vamos a rendir homenaje a los mártires de la libertad y hay que prepararse: termos, sombreros, gorras, ventiladores de pilas, calzado cómodo, paraguas, sombrillas... todo lo bebible y sudable será pronto pasto del sol. Después del desayuno y antes de la manifestación habrá que atender a los periodistas. A las radios cubanas de Miami (ah, WQBO, La Cubanísima de los años 90, qué recuerdos). A Libertad Digital, por supuesto. Y ni una sola palabra a una sola periorrata de las que durante más de cincuenta años defendieron a la más cruel, estúpida y criminal dictadura de Ambos Siglos. Ah, que no se nos olvide el espray para los mosquitos. Y la crema solar. Y la pena. Y la alegría. Y la memoria. Habrá pasado el tiempo, demasiado tiempo, pero, por fin, el 1 de Enero de algún año estaremos en La Habana.

Federico Jimenez Losantos.
AQUELLA HABANA, DÍAS DE FELICIDAD Y ESPERANZA.
Ni a mi amigo Guillermo ni a mí nos molestaba "el norte", el frente invernal que desde hacía varios días azotaba La Habana. Los dos, de trece y catorce años, estábamos felices controlando el tráfico en una de las intersecciones más importantes de la ciudad. Los semáforos en aquella época no eran automáticos y necesitaban un policía encargado de cambiar las luces. La policía, la del tráfico y la otra, la que perseguía a los que se oponían al gobierno de Fulgencio Batista, se había esfumado como por arte de magia. Mientras tanto, Fidel (ya todo el mundo lo llamaba Fidel) había hablado desde Santiago de Cuba, al otro extremo del país, aconsejando calma, felicitando a todos los cubanos por el momento histórico que vivíamos y pidiendo a los niños exploradores que se ocupasen del tráfico en la capital. Sería necesaria una semana hasta que él, con su ejército rebelde, pudiera llegar hasta ella.
Estábamos alegres, el país, la gente, hasta los niños pequeños intuían que algo muy bueno había sucedido. Los habaneros se reían viéndonos tan serios, con nuestros pantalones cortos, dirigir el tráfico. Las señoras del edificio de enfrente nos traían limonada, y emparedados de jamón y queso. Y la esperanza se reflejaba en las caras, en los comentarios, en la expectativa de aquel pueblo que había leído con aprobación el alegato de Fidel cuando lo juzgaron: "Os voy a referir una historia –había dicho el líder, aún sin barba, en aquel juicio –. Había una vez una república. Tenía su constitución, sus leyes, sus libertades; presidente, congreso, tribunales; todo el mundo podía reunirse, asociarse, hablar y escribir con entera libertad". Eso había dicho Fidel. Para reestablecer las leyes y los derechos se había peleado en Sierra Maestra, y en las ciudades, los jóvenes habían encarado las represalias, las torturas y hasta la muerte a manos de las fuerzas de la dictadura.
Pero aquello era el pasado y la nación vivía un día nuevo. Cuba era una fiesta, y Fidel, en aquel discurso de 1953, que después titularían "La Historia me absolverá", lo había dicho bien claro:
El gobierno no satisfacía al pueblo, pero el pueblo podía cambiarlo y ya sólo faltaban unos días para hacerlo. Existía una opinión pública respetada y acatada, y todos los problemas de interés colectivo eran discutidos libremente. Había partidos políticos, horas doctrinales de radio, programas polémicos de televisión, actos públicos, y en el pueblo palpitaba el entusiasmo…
Así lo había dicho Fidel, ¿y quién se atrevería a contradecirlo, si era una verdad más que conocida por todos? Para reestablecer aquellos programas de radio, la constitución y las discusiones a la luz pública se había hecho la revolución.
Y ahora, mientras se esperaba la llegada de Fidel, aquel entusiasmo palpitaba de nuevo; en los balcones se agitaban las banderas, en vísperas del arribo de los héroes.
Lo recuerdo bien, pero sucedió hace cincuenta años. Entonces a nadie se le ocurrió pensar que aquella revolución cubana, en unos pocos años, negaría su razón de ser. En aquellos días nadie hablaba de marxismo, ni de la Unión Soviética, ni del imperialismo yanqui, ni del Partido Comunista, ni de palabras como proletariado, plusvalía, medios de producción y otras que tomarían las tribunas por asalto meses después. Los revolucionarios eran demócratas, y sólo los pocos involucrados en el antiguo régimen se atrevían a insinuar lo que claramente no era verdad. "Fidel, no es comunista; eso son mentiras de los batistianos", era el consenso general.
Después, con bastante rapidez vendrían las amenazas, el encarcelamiento y hasta el fusilamiento de varios de los héroes que acompañaron a Fidel en aquella marcha triunfal. Más tarde las expropiaciones, no sólo de los grandes terratenientes y de las firmas extranjeras, sino de prácticamente toda la propiedad existente en el país, incluyendo los centros sociales de gallegos y asturianos, sus escuelas y sus clínicas. Ni los gallegos ni los asturianos eran aliados de Batista, ni de los Estados Unidos.
Cincuenta años después, ¿por qué no le pregunta el ministro Miguel Ángel Moratinos al gobierno cubano la razón de la expropiación de aquellas asociaciones que tanto bien hacían, o de las bodegas y otros comercios pequeños de los inmigrantes españoles?
Poco a poco comenzó la escasez y el racionamiento, anunciado como medida temporal y de emergencia en 1961. Todavía continúa en vigor. Más tarde aumentó la infamia con los llamados campos de la UMAP (Unidades Militares de Ayuda a la Producción), adonde fueron a parar sin causa ni juicio miles de cubanos: los jóvenes de melena larga, los Testigos de Jehová, los gays y algún militante católico que con el paso de los años llegaría a obispo. Ahora que en España algunos insisten en que la historia tiene que conocerse, ¿no sería justo preguntar cuáles fueron las razones de aquel fanatismo? ¿Tuvieron algo que ver los cubanos de Miami o el embargo norteamericano con estos campos de concentración?
Y aunque todo esto sucedió hace mucho tiempo, los responsables aún siguen desgobernando mi país.
Años después, aprovechando la huida de más de 100.000 cubanos de la Isla, el líder revolucionario ordena incluir en los botes en los que escapan a varios centenares de enfermos mentales. Algunos no sabían dónde iban. Ninguno hablaba inglés. Todos fueron acogidos por una nación extraña en sus hospitales, lejos de sus familias. ¿Qué haría el gobierno del presidente Zapatero si Marruecos, si Guinea decidiera vaciar sus cárceles de criminales y sus hospitales de enfermos mentales para enviarlos a España?
Todavía más recientemente, tres cubanos negros trataron de huir del país. El régimen se siente débil y quiere dar una lección ejemplarizante. En juicios sumarísimos, se ordena su fusilamiento. La causa: tratar de huir de la llamada generosa revolución. La próxima vez que el embajador cubano invite a algún político progresista o a algún hombre de negocios a tomarse un buen mojito en Madrid, ¿sería posible que – aunque sea en un aparte muy respetuoso – le pregunten bajito sobre esos tres negros fusilados?
Pero, en fin, esta historia es muy aburrida, triste y desgarradora. Siempre lo mismo. Ya no están los niños exploradores dando la bienvenida a los héroes. Los niños cubanos, hoy, tienen que ser "como el Che". La educación es gratuita, pero los muchachos tienen que trabajar en los campos recogiendo vegetales la mitad del día escolar. Lo hacen mientras viven hacinados en escuelas y sin supervisión, en un clima de promiscuidad, a veces a cientos de kilómetros de sus hogares. Los niños no son los responsables de las utopías y barbaries de los adultos.
No es la historia de ayer. Esto sigue sucediendo en la Cuba de hoy, bajo el general Raúl. Por eso, los cubanos también fuimos rusos, checos, alemanes del Este, y hasta diría yo que hoy, tenemos mucho en común con la gente de Zimbabue, de Sudán, de Corea del Norte. Esa es la realidad. Aunque a más de un prestidigitador de la letra impresa, de un falsificador de la historia convertido en productor de cine, de un magnate de la industria hotelera, le parezca inconcebible, imposible de creer, difícil de imaginar.
FRANK CALZÓN, director del
Center for a Free Cuba. http://cubacenter.org/es
VEINTE PREGUNTAS SOBRE CUBA.
1. ¿Cómo era, realmente, la Cuba inmediatamente anterior a la revolución?
En el orden político, era una corrupta dictadura, repudiada por la mayor parte de la población. El 10 de marzo de 1952 el general Fulgencio Batista dio un golpe militar y derrocó al presidente constitucional, Carlos Prío Socarrás. Ese Gobierno ilegítimo, perpetrador de numerosos crímenes, duró hasta la madrugada del 1 de enero de 1959, fecha en que Castro sustituye a Batista y se convierte en el hombre fuerte de Cuba, hace ahora 50 años.
En el orden económico, en cambio, la situación era mucho más halagüeña. Desde 1940, el país vivía un período de crecimiento y se situaba –junto a Argentina, Chile, Uruguay y Puerto Rico – entre los más desarrollados de América Latina. El Atlas de Economía Mundial de Ginsburg, publicado en aquellos años, colocaba a Cuba en el lugar 22 entre 122 naciones escrutadas. El per cápita de los cubanos en 1953 era semejante al de Italia.
En el orden social el cuadro tampoco era negativo. Un 80% –altísimo en la época– de la población estaba alfabetizada, y los índices sanitarios eran de un país desarrollado. La mejor prueba de las condiciones de vida en Cuba es que, en esa época, era un país receptor de inmigrantes europeos. Españoles y, en menor medida, italianos solían emigrar a la Isla en busca de un mejor nivel de vida. En 1959 la embajada cubana en Roma tenía archivadas 11.000 solicitudes de inmigración de otros tantos campesinos y obreros italianos dispuestos a trasladarse a Cuba.
2. ¿Era un prostíbulo de los estadounidenses?
Ni un prostíbulo ni un garito. En La Habana había una docena de casinos, y el país tenía un bajísimo índice de enfermedades venéreas, lo que demuestra que no podía ser un prostíbulo de nadie. No obstante, como viejo y activo puerto de mar, la capital tenía una zona de tolerancia semejante (aunque menor) que la que hay en Barcelona. El turismo norteamericano, por otra parte, solía ser familiar. La prostitución, en cambio, era un fenómeno semejante al de todas las sociedades iberoamericanas. La mayor parte de los clientes eran los propios cubanos. Curiosamente – como cuentan corresponsales y viajeros –, es hoy cuando Cuba se ha convertido en un gran prostíbulo para extranjeros que participan –como ocurre en Tailandia – del turismo sexual, aprovechándose de las infinitas penurias económicas del país.
3. ¿Hasta qué punto controlaba EEUU la economía?
Hasta el 14% de las inversiones, y ese porcentaje se concentraba en el azúcar, las minas, la comunicación y las finanzas. Sin embargo, desde los años 30 la influencia del capital norteamericano era descendiente, en favor del local. En ese período otros 50 ingenios azucareros pasaron de manos norteamericanas a manos cubanas – que en 1958 ya poseían los dos tercios –, y la banca privada nacional llegó a controlar el 61 % del capital. En 1939 apenas era el 23 %.
4. ¿La fuerte oposición norteamericana a las reformas de la revolución obligó a Castro a tomar el lado de la URSS y los comunistas?
No es eso lo que Castro dice. Castro suele afirmar – lo hizo frente a las cámaras de la televisión española – que él era marxista leninista ya desde que estaba en Sierra Maestra luchando contra Batista; pero "no lo decía para no asustar a los cubanos". Según Castro, la hostilidad norteamericana aceleró un enfrentamiento que era, por demás, inevitable dentro del contexto de la Guerra Fría.
5. ¿A qué se debe el embargo norteamericano contra el Gobierno de los Castro?
A las confiscaciones sin compensación de las propiedades estadounidenses ocurridas a principios de los 60, y evaluadas en unos 1.800 millones de dólares. También, qué duda cabe, es una medida de carácter político encaminada a debilitar al régimen castrista.
6. ¿En qué consiste el embargo?
En esencia, se trata de una orden a las compañías norteamericanas para que no comercien con Cuba, y a los ciudadanos de ese país para que no gasten dinero en la Isla. Hay otras previsiones menos importantes, como la prohibición de tocar puerto norteamericano, durante seis meses, a cualquier barco que haya atracado en un puerto cubano.
7. ¿Afecta sustancialmente a Cuba el referido embargo?
No de la manera que popularmente se cree. En realidad, Cuba compra en el extranjero cualquier producto norteamericano que necesite, como puede comprobar cualquier turista que visite una diplotienda o un buen hotel. Usualmente, Cuba compra en Panamá, Venezuela, Canadá, Colombia o República Dominicana.
Por otra parte, casi todos los países comercian con Cuba libremente. Sus principales socios comerciales en Occidente son, precisamente, los mejores aliados de USA: Canadá, España, Francia, etcétera. No existe un producto que Cuba necesite que no pueda comprar en el extranjero (si tiene divisas para pagar), o un producto de exportación que no se abra paso en el mercado internacional (si tiene buena calidad y precio).
El embargo americano afectó a Cuba en los años 60, porque toda la maquinaria era de ese origen, pero ya en la década de los 70 Castro proclamó la total derrota del imperialismo en materia de embargo. Para 1973 todo el parque industrial y los vehículos provenían del Este.
8. Si el embargo no afecta a los Castro, ¿por qué EEUU no lo levanta?
Básicamente, porque la comunidad cubano americana (3.000.000, si sumamos exiliados y descendientes), avecindada en el Condado de Dade (Florida) o en Nueva Jersey, no lo quiere, y ninguno de los dos grandes partidos – ni demócratas ni republicanos – están dispuestos a sacrificar el voto cubano.
También lo mantienen por inercia. Es la política que está ahí desde la época de Eisenhower y Kennedy, y los dirigentes de la Casa Blanca o del Capitolio ven más riesgos en modificar la estrategia que en mantenerla. Por otra parte, Cuba no es una pequeña y desvalida isla del Caribe. Es casi tan grande como Austria y Suiza combinadas, y tuvo un ejército de miles de soldados en África durante más de 35 años.
9. Si no es por el embargo, ¿por qué pasa hambre Cuba?
Por dos razones. La primera es la desaparición del subsidio soviético. Los países del Este – especialmente la URSS – compraban azúcar a la Isla a precios muy altos, y le vendían petróleo a crédito y a bajo precio. Incluso le regalaban más de tres millones de toneladas de crudo al año, petróleo que Cuba podía reexportar. Ese subsidio se calcula en más de 5.000 millones de dólares al año, y a lo largo de tres décadas sobrepasó los 100.000 millones, de acuerdo con la cifra aportada por la historiadora Irina Zorina, de la Academia de Ciencias de Rusia.
La segunda razón es el ineficiente sistema de producción, con el agravante añadido de la dependencia que creaba a Cuba comerciar con la URSS en condiciones tan ventajosas. Eso explica que el país importara más de la mitad de los alimentos que consumía, y que paulatinamente redujera el volumen de intercambios con Occidente. En 1970, el establecido entre Cuba y el Este representaba el 60% de todo el comercio de la Isla. En 1991 ya llegaba al 85%. Al desaparecer la URSS y plantear Rusia los vínculos económicos a precios de mercado, Cuba apenas dispone de 1.700 millones de dólares de exportaciones, mientras tiene que importar del exterior más de 8.000 millones. Por otra parte, Cuba – que no paga su deuda externa desde 1986 – debe unos 12.210 millones de dólares en Occidente, y prácticamente nadie en el mundo le ofrece crédito.
10. No obstante, el Gobierno castrista reclama grandes logros en educación y sanidad.
Y son ciertos... hasta un punto. Es verdad que Cuba cuenta con una extendida red escolar y numerosos centros sanitarios, pero todo eso no es el resultado de un aumento de la riqueza, sino del subsidio soviético. El problema ahora consiste en cómo mantener esa estructura de servicios si el país, con once millones de habitantes, exporta menos que Costa Rica (3.500.000) y el 70% del parque industrial está paralizado por falta de energía eléctrica, piezas de repuesto o insumos.
11. En todo caso, Cuba está mejor que Haití o que otras naciones del Tercer Mundo.
En efecto. Pero a Cuba hay que compararla con los países con que se le comparaba en 1958. Por ejemplo, Argentina, Uruguay, Chile, Puerto Rico, Costa Rica o España. Cincuenta años después de iniciada la revolución, Cuba está infinitamente peor que cualquiera de ellos. Puerto Rico, que también es una isla antillana, y que recibió, como Cuba, un enorme subsidio de una potencia extranjera, (¿?) con sólo tres millones de habitantes exporta diez veces lo que exporta Cuba, y en las últimas tres décadas ha pasado de ser un país exportador de azúcar a ser un país industrializado.
12. ¿Hay alguna salida a la crisis económica?
Ninguna... a no ser que se cambie de sistema. Aislada por su modelo político, sin crédito, terriblemente endeudada, sin reservas, sin stocks, con graves problemas en las infraestructuras, la predicción más razonable es que Cuba estará cada vez peor. Producirá cada vez menos porque tendrá cada vez menos recursos para importar insumos con los que poder producir.
13. En estas circunstancias, ¿cómo se mantienen los Castro en el poder?
Porque no hay quien se pueda rebelar. La capacidad represiva del régimen es enorme. La policía política tiene cerca de 100.000 agentes. El ejército cuenta con 350.000 soldados. El Partido Comunista y los funcionarios del Gobierno alcanzan el millón. Hay otras organizaciones paramilitares que también impiden el desbordamiento popular. Las más efectivas son los Comités de Defensa de la Revolución y las Brigadas de Respuesta Rápida, turbas organizadas por el Partido Comunista que golpean en las calles o en las casas a quienes se atreven a manifestar públicamente su disidencia. El Gobierno tiene, además, el monopolio del transporte, de las comunicaciones, de la información y hasta del suministro de comida y agua.
14. ¿Hay muchos presos políticos?
Decenas de miles, si incluimos a los que van a la cárcel por tratar de escapar en bote o a los que compran y venden alimentos en el mercado negro para poder subsistir. Unos cuantos centenares, sólo, si nos atenemos a calificar como presos políticos a quienes han sido condenados por delitos contra la "estabilidad del Estado". En todo caso, se calcula que el número de presos – políticos y comunes – asciende a más de un cuarto de millón. Esa cifra es cuatro veces la que tiene España, pese a que España tiene cuatro veces la población de Cuba.
15. ¿Se tortura en las cárceles?
Es lo que aseguran Amnistía Internacional, la Comisión de Derechos Humanos de la ONU, la OEA y numerosos organismos de prestigio. Es lo que cuentan las propias víctimas cada vez que pueden hacerlo. No se tortura con picanas eléctricas, pero sí con las técnicas aprendidas del KGB. Durante el periodo de detención es frecuente que a los acusados no los dejen dormir. Otra tortura consiste en confinarlos en celdas cubiertas por varios centímetros de agua, mientras un potente chorro de aire frío mantiene la habitación helada. El propósito es obligarlos a confesar sin dejarles marcas en el cuerpo. El centro de detenciones donde más se tortura es el conocido como “Villa Marista”. Una vez condenados y en la cárcel, las golpizas son frecuentes. Cuando se les quiere castigar, no es inusual que se les introduzca en una especie de ataúd (lo llaman “gaveta”), donde no pueden moverse. Así los mantienen semanas completas. Como es predecible, el régimen alimenticio es terriblemente malo, al extremo de que abundan las enfermedades carenciales (beriberi, pellagra, escorbuto).
16. ¿Es cierta la complicidad del Gobierno castrista con el narcotráfico?
Tres libros dan cuenta detallada de esos vínculos: el de Andrés Oppenheimer Castro's Final Hour (La hora final de Castro), ganador del Pulitzer en EEUU; La loi des corsaires (La ley de los corsarios), del ex agente del Ministerio del Interior de Cuba Jorge Masetti, y El gran engaño, de José Antonio Friedl. Las conexiones entre el Gobierno de los Castro y los narcotraficantes comenzaron en la década de los 70, y no se han detenido ni siquiera tras los fusilamientos del general Arnaldo Ochoa y del coronel Antonio de la Guardia, en 1989.
17. ¿Es cierta la relación del Gobierno de Castro con grupos terroristas extranjeros?
Fidel Castro mismo, durante muchos años, proclamó "el derecho de la revolución" a participar en las batallas internacionalistas. De ahí los vínculos con casi todos los grupos guerrilleros y terroristas que han existido o existen en Occidente desde la década de los 70. La ETA, el ELN de Colombia, las Brigadas Rojas de Italia, los tupamaros uruguayos, los milicos chilenos, etcétera. En el verano de 1993 Fidel Castro se negó a pedir a sus compañeros colombianos del Ejército de Liberación Nacional que abandonaran las armas.
En Cuba viven numerosos terroristas latinoamericanos, y algunos españoles, confundidos con delincuentes internacionales, como el narcotraficante Robert Vesco. Durante muchos años todos esos grupos guerrilleros se adiestraron en Cuba, y perpetraron numerosos delitos junto a los servicios de inteligencia y contrainteligencia cubanos, especialmente secuestros y asaltos a entidades bancarias o financieras, que les proporcionaron muchos millones de dólares (v. La Loi des Corsaires). Sin embargo, la penuria económica y el fin del proyecto comunista en el mundo han hecho que el castrismo haya renunciado a la violencia revolucionaria internacionalista, aunque no a la lealtad personal de los viejos camaradas, que siempre pueden encontrar en la Isla un refugio a prueba de extradiciones.
18. ¿Qué nivel de popularidad real mantienen los Castro?
Aunque no hay duda de que Fidel Castro se trata de un líder carismático, es difícil que una dictadura con una duración de medio siglo con un prolongado declive del modo de vida de los ciudadanos mantenga su popularidad. Ningún pueblo del mundo mantiene su apoyo a un Gobierno en esas circunstancias. No obstante, el grado real de rechazo sólo podrá medirse cuando haya unas elecciones libres en las que se pueda seleccionar entre diversas opciones.
19. Pero en Cuba hay una suerte de elecciones, ¿y no es eso lo que reflejan los resultados?
Son elecciones de partido único y de total intimidación a la oposición. Cuando algunas personas independientes trataron de participar como candidatas fueron golpeadas o amenazadas. Eso les ocurrió – por ejemplo – a los conocidos disidentes Elizardo Sánchez y Oswaldo Payá. Nadie puede asegurar cómo, pero parece que el régimen, tras proclamar numerosas veces entre 1989 y 1992 que "la Isla se hundiría en el mar antes que abandonar el marxismo leninismo", está dispuesto a olvidar el modelo comunista y a sustituirlo por una extraña combinación de capitalismo y comunismo, en la que los cubanos de la Isla son los únicos que no pueden convertirse en propietarios.
20. ¿Cómo va a terminar el castrismo?
Eso no se puede predecir con exactitud. El castrismo pudo “morir” en 1962, durante la Crisis de los Misiles, cuando irresponsablemente el dictador alentó, y casi provoca, una conflagración nuclear. Personajes que estuvieron muy cercanos a Fidel Castro y que pertenecieron a su guerrilla han alertado de un dictador deseoso de terminar sus días buscando una provocación con los Estados Unidos. Castro siempre se ha oído a sí mismo, y su entorno sólo ha sido estructurado con el objetivo de cumplir sus órdenes, por muy disparatadas que éstas puedan ser. Lo más probable es que el castrismo muera con uno de los Castro, o Fidel o Raúl. Y para aumentar esa probabilidad es crucial un apoyo de las naciones democráticas. Europa puede ayudar mucho a una Cuba democrática, y la mejor manera de hacerlo es brindar un apoyo sincero a la oposición pacífica, que es la única dispuesta a dialogar sobre el futuro en democracia de la Isla.
Asociación Iberoamericana por la Libertad.
EL MONSTRUO DE BIRÁN, DESDE SU NACIMIENTO HASTA LA TOMA DE PODER.
INFANCIA Y JUVENTUD.

Fidel Castro Ruz nació en 1926 en Birán, cerca de Mayarí, al sur de la isla –dato que da origen de uno de sus muchos apodos: el monstruo de Birán– de padre español, un inmigrante que tuvo éxito con lo del azúcar. Durante su infancia y adolescencia fue hijo bastardo: su madre era la cocinera de la casa y su padre estaba ya casado, de modo que no contrajeron nupcias hasta que puedo divorciarse. Entonces Fidel ya tenía 15 años y no pudo tomar el apellido Castro hasta los 17. Fue educado en los jesuitas, donde recibió premios atléticos y destacó por su memoria, que le permitió entre otras hazañas conocerse al dedillo los discursos de José Antonio Primo de Rivera, uno de sus primeros ídolos políticos.
En 1945 fue a estudiar Derecho a la Universidad de La Habana, como podía haber estudiado cualquier otra cosa. De hecho, no iba a clase y sólo cogía los libros cuando quedaban pocos días para el examen, hecho que demuestra más allá de su filiación paterna lo mucho que heredó de la cultura española. Entre examen y examen se dedicaba a la política, que en aquella época se manifestaba formando parte de alguna de las pandillas estudiantiles entre las cuales eran comunes los conflictos y la violencia. Destacó pronto en esas labores entre sus coetáneos; entre otras cosas se le acusó –aunque no le pudieron probar nada– de participar o conocer al menos con antelación el asesinato de otro estudiante, Manolo Castro.
Sólo un mes después de ese luctuoso acontecimiento, pudo probar por primera vez las mieles de la insurrección armada. Se había organizado una Conferencia Panaméricana en Bogotá, bajo los auspicios del general Marshall, el del plan. Perón decidió enredar pagando viaje y estancia a estudiantes revoltosos de varios países. Castro, claro, no podía faltar. Durante su estancia el candidato presidencial Gaitán fue asesinado, lo que marcó el inicio de una revuelta conocida como "Bogotazo", en la que Castro participó activamente, aunque no se sabe con seguridad hasta qué punto. 3.000 personas murieron en los disturbios, mientras Fidel salía de allí vía embajada cubana.
Unos meses después, se casó con Mirta Díaz Balart, hermana de su amigo de la facultad Rafael, con la que tendría un hijo, Fidelito. En 1949 asesinaron a su compañero Justo Fuentes, seguramente en venganza por lo de Manolo, mientras salía de un programa radiofónico diario que compartía con Fidel. Justo ese día, el futuro tirano no acudió. Su ahora cuñado Rafael, mientras tanto, se había unido a Batista e intercedió entre éste y Castro, pero el último no quedó convencido con el futuro dictador, porque pretendía hacerse con el poder mediante las urnas. Se graduó finalmente en 1950. Según sus propias palabras, entre sus escasas lecturas de la época destaca la de El capital, libro del que no pasó de la página 370, lo que demuestra que, como diría Reagan, "comunista es quien ha leído a Marx y anticomunista quien lo ha entendido".
ASALTO AL CUARTEL DE MONCADA.
En 1953, Castro tenía un pequeño grupo de seguidores entre los que se encontraba ya su hermano Raúl, casi todos provenientes del Partido Ortodoxo, con los que planeaba derrocar la dictadura impuesta por Batista el año anterior. Sin embargo, eran muy pocos, lo que le llevó a un plan muy arriesgado: atacar un cuartel para hacerse con su arsenal y ganarse a un grupo suficientemente numeroso de contrarios a Batista. 134 hombres, ataviados de militares, asaltaron Moncada el 26 de julio; la noche anterior había sido de carnaval y esperaban que a las 5:30 de la mañana un número suficiente de los mil soldados que se albergaban en el cuartel no estuviera en condiciones de luchar. Sin embargo, no lograron pasar desapercibidos y tuvieron que huir. Muy pocos murieron en el ataque en sí, pero los militares, pelín cabreados, tras capturar a la mayoría de los asaltantes fusilaron a cerca de 70.
Los Castro tuvieron más suerte y fueron juzgados y condenados a 15 años, Fidel, y 13 Raúl. No cumplirían en la cárcel más de dos antes de ser indultados por Batista. No fue una estancia especialmente dura para el futuro dictador. Tuvo una celda para él sólo, centenares de libros, refrigerador y cocinilla. El director de la prisión incluso lo invitaba a comer en su casa de vez en cuando y hasta lo invitó al cine fuera de los muros de la prisión alguna vez. Castro, dado que de bien nacido es ser agradecido, lo mandó fusilar cuando tuvo la oportunidad.
A las pocas semanas de salir del trullo, Fidel fue a México a formar y entrenar a una guerrilla que le permitiera derrocar a Batista, a la que llamaría el Movimiento 26 de Julio. Al fin y al cabo, aunque otros hubieran muerto, él había pagado un precio bastante pequeño por su intento de golpe de estado así que, ¿por qué no intentarlo de nuevo? Mientras su señora se divorciaba de él, se dedicó a reclutar voluntarios, con la suerte de poder contar con Alberto Bayo, a quien la guerra civil española había hecho un militar experimentado. Allí también conocería al Ché, que quedaría prendado del cubano mientras su novia peruana lo ideologizaba a marchas forzadas. En noviembre de 1956, ochenta y dos personas viajaban a borde del inadecuado, para esta misión, yate de recreo Granma.
UNA REVOLUCIÓN HIJA DEL NEW YORK TIMES.
El desembarco no pudo ser más desastroso. No llegaron realmente a desembarcar, y menos donde tenían planeado; más bien el barco se fue a pique y tuvieron que salir por piernas ante los disparos de una fragata de la Marina, perdiendo buena parte del material en el camino. Tras las primeras escaramuzas con el Ejército, sobrevivieron con Castro alrededor de una decena de acompañantes. Sin duda, la cosa empezó mal. Sin embargo, su supervivencia permitió reclutar a nuevos voluntarios y realizar pequeños ataques en su nueva base de Sierra Maestra, posiblemente el único lugar de la isla donde se puede ocultar una guerrilla. Entonces, pese a los pocos hombres con los que contaba, envió a uno con una misión especial: traer un corresponsal extranjero. Fue la mejor idea que jamás tuvo, antes o después.
Poco tiempo después llegaba al campamento el corresponsal del New York Times Herbert Matthews, que le hizo una hagiografía de padre y muy señor mío. De este modo se dio a conocer al mundo, especialmente a Estados Unidos, donde se hizo muy popular, y animó a otros grupos de oposición a unirse a la lucha, aunque no fuera en Sierra Maestra. La vieja dama gris, entonces como ahora, enredando siempre en favor del bando enemigo de su país. Aunque al menos Herbert Matthews tenía la excusa de que no sabía qué clase de dictador terminaría siendo Castro; los periodistas que hoy tanto hacen por el islamismo no pueden decir otro tanto.
Mientras, el régimen de Batista perdía apoyos a pasos agigantados entre los habitantes de las ciudades cubanas, entre múltiples actos de terrorismo urbano y sabotaje. Incluso un grupo formado más por gángsters que por otra cosa llegó a asaltar su casa, con muy poco éxito. Fue esa pérdida de apoyo la que llevó al fracaso de la "Operación Verano" que en 1958 intentó liquidar a Castro y sus hombres: 10.000 hombres contra 321, que es todo lo que había conseguido reclutar en año y medio. El fracaso, desde luego, fue lo que puso al futuro dictador a las puertas de La Habana y permitió a los propagandistas acrecentar el mito. Tras dos meses en que estuvieron a punto de ser derrotados, la situación se invirtió. Lo cierto es que esos 10.000 hombres eran en muchos casos reclutas novatos sin instrucción y reclutados a la fuerza. Abundaron las deserciones desde el principio y hubo desbandada en cuanto llegó el primer revés serio a su avance. De ahí en adelante todo fue casi una marcha triunfal, pues los soldados de Batista no tenían ningún interés en defender al dictador y en muchos casos se unían al grupo de Castro en lugar de combatirlo. El 1 de enero, Fidel Castro era el nuevo mandamás, aunque en la sombra. Tenía treinta y dos años.
LA DICTADURA COMUNISTA.
Hay mucha discusión sobre si Castro era o no comunista cuando llegó al poder. Había llegado a La Habana prometiendo restaurar la Constitución democrática de 1940, pero al mismo tiempo aseguraba que se reservaría el derecho de nombrar a los integrantes de los tres poderes del Estado, que ésta indicaba que debían ser independientes, durante el periodo de 18 meses antes de la convocatoria de elecciones generales. Como todo buen radical que se precie, también había prometido una reforma agraria que repartiera las tierras entre los campesinos. Muchos, quizá la mayoría, de los que habían combatido con él o al mismo tiempo que él no eran comunistas.
Los más proclives a disculpar al tirano le echan la culpa a Estados Unidos de que no "tuviera más remedio" que entregarse a los brazos de la Unión Soviética. Lo cierto es que no se puede saber, salvo confesión de parte que ya parece difícil que pueda aparecer, si Castro era tan rojo como Guevara cuando accedió al poder, o si lo era ya en Moncada. La hipótesis más probable, no obstante, es que simplemente quisiera permanecer dirigiendo los destinos de Cuba sin que nadie le hiciera lo que él le había hecho a Batista. Y para lograr un poder absoluto, nada mejor que el comunismo, sin duda alguna. De hecho, su aportación más original al comunismo es su sistema de control de la población, que incluye a dos informantes por cada manzana y una compleja estructura por encima que permite comprobar la veracidad de la información de éstos. Un sistema que ha tenido un éxito completo.
Mientras, los cubanos han esperado todo este tiempo que suceda el "hecho biológico", es decir, que Castro muera. Puede que resulte desagradable desear la muerte de un ser humano, pero cuando un tirano ha hecho imposible la libertad de su pueblo sin pasar por encima de su tumba, los que amamos la libertad no podemos sino desear que Fidel deje este mundo lo antes posible. No por él, claro, sino por la libertad de sus esclavos.
Daniel Rodríguez Herrera.

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