lunes, 13 de abril de 2009

LAS OCHENTA PRIMAVERAS DE MANOLO.-

MANUEL, DE MÁLAGA.
Escribir un artículo sobre Manuel Alcántara es un suicidio, ya lo sé, y lo aconsejable es abandonar, gritarles a los del rincón que tiren la toalla o, mejor, fingir una lesión en la mano. Porque Manolo es -desde que heredó el título de César- el campeón del mundo a treinta asaltos (líneas, en la jerga del gimnasio), y ningún aspirante ha podido arrebatarle hasta hoy este título de la media distancia, y menos a los puntos, que él coloca todavía mejor que las comas. Por ello, paso a teclear en trecho largo, que es una distancia más cómoda para los fajadores, pues ahí podemos trabarnos, manotear y golpear bajo a la máquina.
Manolo Alcántara es más que un estilista tan bueno como Gene Tunney, del que ha escrito párrafos asombrosos; Manolo es un genio, como Ray 'Sugar' Robinson. Y también un ladrón de vida, un atracador de emociones, un contrabandista de sentimientos. No sé qué tipo de interés, si compuesto o simple, si renovable o a plazo fijo, le ha cobrado a Manuel la calle, la ciudad, la noche, el mar, la literatura, el deporte, los amaneceres, el arte, los 'gin tonics' de Larios o esa anestesia llamada amor. Pero el resultado, por goleada, está a la vista: nos ha vuelto mejores a quienes le hemos tratado y leído.En serio, si yo pudiera enamorar las palabras sólo un tercio de bien de cómo lo hace mi hermano electo -estoy hablando de alguien que teclea en su Olivetti encarnada una hoja imperecedera desde que España cantaba 'Dos gardenias para ti'-; si yo supiera, insisto, redactar la cuarta parte de bien que este poeta que transforma a diario la melancolía en luz y el drama en ironía, quizá podría contarles dos o tres o cien cosas suyas que me estremecen cada vez que le veo o le leo o le siento: su tolerancia, en primer lugar, su bondad, su humor, su inteligencia, su autenticidad, su alegría, su sencillez, su anchura.Si yo hubiera sido Cole Porter, noche y día le habría pedido a Ethel Merman que añadiera el nombre de Manolo a su versión de 'You're the Top' ('Tú eres lo más', traducido al castellano neto). Porque Manolo, mi amigo, mi hermano, es 'The Top'. El Nilo y el Louvre, el MOMA y el Ganges, un soneto de Shakespeare y un sueño de Quevedo. Manuel es el mejor whisky, la izquierda de Mamad Ali en Zaire y el fulgor vainilla de Vermeer; la sonrisa lenta de Bogart, la voz de Sinatra y los pies de Fred Astaire. Manolo Alcántara, ay, es el caviar de Maxim's a la temperatura exacta (es decir, rodeado por las nieves de antaño de Billón), los cuentos de arena de Borges y el Mediterráneo que juega con los hombres al olvido entre sus olas de Homero y disciplina; es 'The Top', Manolo, como Di Stéfano corriendo sin balón, como cualquier vals de cualquier Strauss, como la Cumparsita, como los vasos de vino lento de Omar Khayyán, como los personajes de John Ford, que tienen ojos de horizonte, igual que los marineros; Manolo es los valles tranquilos de Pissarro, la soledad de Hammershøi, los veranos nunca enterrados, el internet en la Edad Media; Manolo, «you're the top».Lo siento. Pero yo no sé explicarlo de otra manera. No doy con el modo de transmitir la grandeza de esta persona tan humilde como los estanques de lilas de Monet, como aquel Sargento York de hombre, perro y Biblia. Pero os certifico que Manolo es de los pocos -muy pocos- tipos que he conocido que piensa por su cuenta, que no tiene miedo a la muerte y que jamás recurre a ese «bla bla bla» cultural por el que correteamos todos.
UN GÉNERO EN SÍ MISMO.
Manolo Alcántara es un género en sí mismo y un psiquiatra de su tiempo, capaz de darle la vuelta a un argumento lógico con una coherencia superior, que es la suya. Sin cegueras fraternas, os aseguro que no creo que Oscar Wilde o Ernst Lubitsch fueran más brillantes en una tertulia que Manolo. Leyendo su prosa -que ya nace atravesada por una flecha de poesía, una prosa que siempre brota al natural, como las faenas de los buenos toreros-, leyendo sus palabras de oro, digo, adviertes que el arte no es un oficio, sino la forma en que se ejerce ese oficio. Manolo es un príncipe de los renglones.De niño, en esa Málaga azul picasso que le vio nacer, pelotas de trapo entre los escombros, tranvías de sol con jardinera, abrigos mordidos en la solapa por la raya negra del luto, Manuel, estudiando ya primero de jazmines, se tragó todo el mundo una noche sin pena, mientras volvía a casa desde los Baños del Carmen, respirando biznagas. Se zampó el mundo, decía, y desde entonces ha ido sacando en limpio (a través de las yemas de sus dedos), algo que podríamos llamar el espíritu de su tiempo mezclado con el de otros tiempos, ese Dry martín que se toman a solas los hombres hechos y deshechos.La poesía de Manolo -'El embarcadero', 'Plaza Mayor', 'Este verano en Málaga'...- palpita con el fervor popular de Manuel Machado, con su mismo alegre color local, con exacto temblor en el paisaje («Desde que sé que tu aliento / se ha quedado por el aire / estoy bebiendo los vientos»); pero también los versos de Alcántara atesoran la luz honda de la memoria que alumbra la obra de Antonio Machado («Donde más me conozco empiezan las palabras»). Al fin y al cabo, los Machado son familia de Manolo, sus primos predilectos o algo así, no en vano los tres pertenecen a esa estirpe genial del Cancionero anónimo andaluz. Y Borges. Sí, Borges. Porque muchos poemas del Homero porteño han trasmigrado a los de Manolo, con idéntica intensidad y brevedad («Si otros no buscan a Dios / yo no tengo más remedio: / me debe una explicación»).Una cosa que sabe poca gente es que, hace veinte años, Manolo fue crítico de cine, en 'El Periódico de Cataluña'. (Vuelve a ser verdad el verso de Gil de Biedma, «de todo hace ya veinte años», aseveración que, por cierto, desmiente al famoso tango.) Manolo, claro, fue un crítico de cine muy 'sui géneris', entre Alfonso Reyes y Azorín, lo que no está nada mal. Mi hermano Manuel tiene escrito, por ejemplo, que Marilyn era una fruta contenta, una Maja desnuda con pelo color fogata, y que andaba como dos niños peleándose bajo una mesa camilla. De Groucho -al que ha definido como el Cobrador del Frac con lumbago-, descubrió antes que nadie su manía a copiar a otros tipos con igual talento que el suyo. Sin ir más lejos, eso de «Parece que a usted lo vacunaron con una aguja de gramófono», es de Ramón. Como vemos, el entrar a saco o apropiación indebida no sólo es patrimonio de los que tienen ocurrencias.
GUSTO POR 'BEAU GESTE'.
A Manolo le gusta mucho 'Beau Geste', de Wellman, tanto, que es capaz de describir el zafiro Agua Azul tal cual es: un trozo de cielo que se volvió sólido. Y también es partidario de las películas de Charlie Chan, el prudente y ceremonioso detective de Honolulú, siempre a vueltas con sus aforismos chinos, que interpretó el sagaz Warner Oland; y de las andanzas de Ken Maynard y su caballo 'Tarzán', y de los cineastas alemanes, Murnau, Lubitsch, Lang, que, en los años veinte, le dieron la vuelta al cine como si literalmente fuera un calcetín; y de John Ford Es decir, unos gustos muy parecidos a los de Godard o Gimferrer, la eterna 'Nouvelle Vague', y por seguir con poetas.En sus dos recientes y magistrales libros, 'Fondo perdido' y 'Vuelta de hoja', recopilaciones de artículos que le hacen justicia, adviertes que Manolo es tanto Oriente como Occidente, el Sur como el Sur. Y su poesía, ya digo, mitad mar, mitad magia, es la de un filósofo, la de uno de aquellos individuos que veían ponerse el cielo escarlata desde la Alhambra o, antes aún, en la Acrópolis, y se decían sin el más pequeño asomo de tristeza que el futuro ya no era lo que había sido («Si el cristal no se me rompe / En el fondo de este vaso / me encontraré con tu nombre»). Uno de esos sabios es Manolo, modelo del 28, chiquillo del 40, que ha versificado como nadie el sentimiento lógico de la vida: la parsimonia, y que ha logrado, con su prosa de guardia cambiada, agrupar en unas cuantas docenas de signos llamados letras, lo que a este lado de la Vía Láctea conocemos como hondura, reflexión, humor y complejidad de la buena.
J. L. Garci.

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