martes, 14 de abril de 2009

MIRA QUE SON LERDOS.-


MELILLA NO RETIRARÁ LA ESTATUA DE FRANCO SI DEFENSA NO LE DA OTRA UBICACIÓN.
El presidente de Melilla, Juan José Imbroda, ha asegurado que no retirará la estatua de Franco de la ciudad si no es para "llevarla a algún sitio concreto", por lo que se va a tramitar "por escrito" al Ministerio de Defensa la solicitud de que sea trasladada a alguna dependencia del Ejército.
La imagen, que es la única que queda en España en una vía pública, no podrá ser trasladada si no se le busca otra ubicación en algún acuartelamiento o en el Museo Militar:"Si no, si resulta que esto no está cuajando, se quedará ahí", ha afirmado la primera autoridad melillense.
Para el presidente, "estamos hablando del año 1921, de un militar y del Ministerio de Defensa", por eso considera que la estatua tiene poco sentido que se lleve a un museo civil o arqueológico, de ahí que se pida una ubicación a Defensa.
Imbroda ha querido dejar claro que el monumento, situado en la entrada del puerto melillense, a los pies de las murallas antiguas, no está dedicada a Franco como caudillo, sino al comandante de La Legión que en 1921 salvó a la ciudad del sitio en el que se encontraba.
Según Imbroda, la llegada de La Legión hace más de 80 años al mando de Franco hizo posible que Melilla siguiera siendo española, por lo que ha señalado que esa figura no sólo le representa a él, sino a todos los que vinieron en aquellos momentos.
En opinión del presidente de Melilla, el hecho de dejar la figura de Franco no vulneraría la Ley de Memoria Histórica y ha señalado que, en ese caso, que sea el Gobierno de la Nación el que diga qué es lo que hay que hacer. Al mismo tiempo, ha aclarado que no fue él quien mandó colocarla, como tampoco fue el PSOE el que la ha querido quitar mientras gobernó en Melilla.
El Gobierno de la ciudad autónoma se comprometió en septiembre a retirar la estatua con el comienzo de las obras de la muralla a cuyos pies se ubica. Posteriormente en marzo,
anunció que en quince días procedería a su retirada. Dichas obras ya han comenzado, por lo que, según Imbroda, "se apartará" para poder ejecutarlas y a la espera de que Defensa conteste sobre su futuro.
Tras la retirada el pasado mes de diciembre de la estatua ecuestre de
Santander, Melilla se quedó como único lugar de España con un monumento de Franco en la vía pública.
LAS RAZONES DE UNA ESTATUA.
LA SALVACIÓN DE MELILLA.
Son las dos de la mañana. En el silencio de la noche escucho la voz del Teniente Coronel que ordena que llamen al Comandante Franco. No era preciso; salía de la tienda y me uní a él.
-Sucede algo? Hay que salir? -le pregunto.
-Tiene que partir lo antes posible una Bandera para el Fondak; como no sabemos para qué es ni adónde va, sortead entre vosotros. Lo mismo podéis ir a una empresa guerrera que a guarnecer preventivamente cualquier puesto de retaguardia.
En el sorteo corresponde salir a la primera Bandera. Acto seguido se llama a la gente y, a las cuatro de la mañana emprendemos la marcha. En el Fondak recibiré nuevas instrucciones.
Un misterio inexplicable rodea nuestra salida. Nadie sabe adónde nos encaminamos. Unos creen que se trata de efectuar una operación en Benider, otros que vamos nuevamente a las costas de Gomara; yo, sin saber por qué, pienso en Melilla. Hace días que se dijo en el campamento que las cosas no iban allí muy bien; pero lo cierto es que nadie sabía nada.
La marcha fue dividida en dos jornadas; a mitad del camino descansaremos en unos bosques próximos a Al-Yhudi en que el río nos facilitará la aguada y podrá bañarse la tropa. La marcha se lleva descansada con altos frecuentes que nos permiten llegar, ya avanzada la mañana, al lugar señalado para el reposo; bajo los árboles se condimentan los ranchos en caliente; los legionarios se bañan y después de una pequeña siesta sale la Bandera, a las tres, camino del Fondak.
La falta de guías hace que nuestra vanguardia tome por la pista y es ya anochecido y el Fondak no se ve. Un auto ligero pasa y nos explica que llevamos el camino largo de la pista y que aún tenemos varias horas de marcha. Nos tenemos que resignar a seguir el largo camino. Acortamos el aire de marcha; los descansos son más frecuentes y por fin vemos a lo lejos la luz del Fondak. Hacia ella caminamos sin llegar. Parece la lucecita de los cuentos infantiles que siempre se aleja. La cuesta se hace interminable. El viento sopla de cara en forma huracanada y son las once de la noche cuando llegamos a los muros del Fondak.
La tropa, rendida, permanece sentada a los costados de la carretera; la jornada ha sido terrible y necesita largo reposo; después de mil vueltas aparece el oficial que se adelantó con las cocinas y el convoy; los ranchos todavía tienen que condimentarse y, en la posición, las tiendas nos esperan sin armar; no las utilizamos; la tropa vivaquea y a los pocos momentos duerme tendida en las cunetas.
Durante la noche, el teléfono suena persistentemente: es preciso seguir a Tetuán, llegar al amanecer, ¡no es posible! La gente no puede más y necesita descanso, se quedaría media Bandera reventada en el camino. Llegaré lo antes posible; a las diez de la mañana estaré en Tetuán.
A las tres y media se toca diana, hay que despertar uno por uno a los soldados que, rendidos, permanecen sordos a la corneta y antes de amanecer descendemos por el desfiladero.
Nos han comunicado que vamos a Melilla, pero ignoramos lo sucedido. Pensamos sólo en una intensificación de las operaciones en aquella zona y que nos lleven como refuerzo. Oficiales y tropa marchan contentos olvidando los kilómetros que llevan de recorrido y a las diez menos cuarto desfilan los legionarios por las calles de Tetuán. Al formar la tropa en la entrada de la ciudad, un paisano nos da la terrible noticia: en Melilla ocurrió un desastre y el General Silvestre se ha suicidado. Nuestra indignación es grande al oír estas palabras y obligamos a callar al caballero, que dando explicaciones se aleja, asegurando que se lo han dicho la noche anterior en el Casino Militar de Ceuta.
Minutos más tarde, en la estación, nos confirman la noticia; ya no es posible la duda; la oímos de labios muy autorizados. Sin embargo, creemos en la posible exageración. Tenemos que esperar hora y media antes de efectuar el embarque. Horas interminables, pues ya desearíamos estar en Melilla, conocer la verdad, ser útiles.
Por Ceuta pasamos rápidos; sólo nos detenemos el tiempo necesario para reparar las pequeñas faltas, consecuencia del período activo de operaciones y para dar tiempo al embarque del material y ganado; y al atardecer, con unos aires españoles, desfilamos por la población camino del puerto, donde nos espera el Ciudad de Cádiz.
Las noticias que recibimos antes de la salida son muy pocas. Se sabe que ha habido un gran desastre, que del General Silvestre no se tienen noticias y que el General Navarro organiza la retirada; Ya no se supo más! La música toca la Marcha de Infantes, el Comandante General llega y con emoción escuchamos las palabras y cariñosos consejos del veterano soldado, y estrechando nuestras manos se despide el ilustre General, a quien tanta gratitud debe nuestra Legión.
El General Sanjurjo viene con nosotros como Jefe de la expedición, pues aquella noche han de embarcar también para Melilla dos tabores de Regulares de Ceuta y tres baterías de montaña con abundantes pertrechos.
La sirena del barco anuncia la salida, las músicas lanzan al aire las notas de sus himnos, los soldados, entusiasmados, cantan y los vivas a España se pierden al alejarse el barco había Melilla.
Por fin llega para nuestros soldados el descanso tan necesario. Llevaban dos noches sin dormir apenas y en día y medio habían recorrido más de cien kilómetros.
A la hora de la cena nos sentamos juntos, el General preside nuestra mesa, las conversaciones giran sobre el mismo tema, Melilla; pero ninguno supone las proporciones del desastre; sentimos en nuestros corazones la presión del dolor patrio y nos parece que pasan lentas las horas que nos separan de nuestro destino.
LA LLEGADA.
El cansancio de los días anteriores contribuye a nuestro descanso y está muy avanzada la mañana cuando salimos de nuestro camarote; la travesía es hermosa, el barco no se mueve y nuestro pensamiento vuelve a girar sobre el mismo tema: ¿llegaremos a tiempo, repararemos lo sucedido?
Sobre la cubierta damos los buenos días al General. Este ha recibido más noticias; los radiogramas recogidos por el barco durante la noche dicen poco más de lo que sabemos, pero se acaba de recibir un radio del Alto Comisario que manda: forzar la marcha todo lo posible y pregunta: ¿Cuando llegaremos?. Vamos a toda máquina y se llegará a eso de las dos.
Pasamos el tiempo sentados sobre la cubierta pensando en nuestra llegada; cogeremos el tren para ir a las líneas avanzadas, y hacemos cálculos sobre los lugares probables donde se habrá rehecho la columna. Es día festivo y nos avisan para la Misa; a ella asistimos, pero nuestro pensamiento vuela lejos, detrás de la columna que se retira.
Un nuevo telegrama para que vayamos más aprisa nos inquieta grandemente; qué situación es la de esta zona que por minutos se requiere nuestra llegada? El capitán del barco nos dice que no puede andar más. Vamos a toda marcha; remontamos el cabo de Tres Forcas y pasamos cerca de la costa arenosa y cortada. Ni un árbol pone en ella una nota de vida, sólo a lo lejos blanquean al sol las casas de la ciudad vieja.
La muralla del puerto aparece llena de gente; la ciudad alta se ve también coronada de pequeños puntos blancos. Ya se distinguen las figuras; una nube de pañuelos se agita al aire como aleteo de palomas blancas, y conforme el barco se acerca vemos claramente la aglomeración de la muchedumbre.
Una sección de carabineros y una música se encuentran en el desembarcadero. Un oficial joven, con una banderita española, parece dirigir una agrupación de paisanos, y la música bate marcha. Los legionarios, que desde que se ve la ciudad están sobre cubierta, audaces han trepado a los palos del buque y otros en los cabos y escalas aparecen encaramados como grandes racimos. Las banderas y banderines se agitan en lo alto; nuestra música entona La Madelón y los legionarios cantan poniendo toda el alma en la canción.
Una gasolinera se acerca al barco; sube un ayudante del Alto Comisario y nos da la terrible noticia: “De la Comandancia General de Melilla no queda nada; el Ejército, derrotado; la plaza abierta y la ciudad loca, presa del pánico; de la columna de Navarro no se tienen noticias, hace falta levantar la moral del pueblo, traerle confianza que le falta y todas las fantasías serán pocas”.
El dolor nubla nuestros ojos, pero hay que reír, que cantar las canciones brotan y entre vivas a España el pueblo aplaude loco, frenético, nuestra entrada.
Jamás impresión más intensa embargó nuestros corazones; a la emoción dolorosa del desastre se une la impresión de la emoción del pueblo traducida en vítores y aplausos. El corazón sangra, pero los legionarios cantan y en el pueblo renace la esperanza muerta.
El Teniente Coronel, subido en la borda del barco, saluda al pueblo de Melilla y le dice con palabras vibrantes y entusiastas que les llevamos la tranquilidad perdida, que allí está el heroico Sanjurjo que es la mejor garantía de éxito de la empresa, y sus palabras se acogen con clamorosas ovaciones, los vivas se suceden y el pueblo se desborda en entusiasmo.
En el mayor silencio desembarcan los legionarios, y con la música y Banderas en cabeza, desfilan los peludos de Beni Aros y en columna concentrada recorren el pueblo entre los vítores de la muchedumbre. Los balcones se llenan, los aplausos se repiten y las mujeres lloran abrazando a los legionarios.
Al paso de las Banderas se escuchan mil comentarios: Ahí va Millán Astray, miradlo qué joven. Estos son soldados; qué negros y qué peludos vienen. Mirad a los oficiales, qué descuidados, con sus trajes descoloridos; huelen a guerra. ¡Estos nos vengarán!
Una madre, llorando, pide que le busquen a un hijo que tiene en el campo, y al paso por los barrios se desborda el entusiasmo popular, cigarros, frutas, refrescos, todo es para los legionarios.
Las Banderas se separan a guardar la Plaza; la segunda sube la cuesta de Rostrogordo, y la nuestra emprende el camino de los Lavaderos.
Horas después llegan los Regulares a las órdenes del heroico González Tablas; el recibimiento es algo frío; la gente ignora el mérito de estos soldados que pelean por España; la mal llamada traición de los Regulares de Melilla hace que inspiren desconfianza; muy pronto prueban lo contrario.
Estos días habíamos de recibir las emociones más grandes de la vida militar, y nuestros corazones lloran la derrota; los fugitivos, a su llegada, nos relatan los tristes momentos de la retirada; las tropas en huida, las cobardías, los hechos heroicos, todo lo que constituye la dolorosa tragedia; Silvestre, abandonado; Morales, muerto; soldados que llegan sin armas a la Plaza; Zeluan se defiende, Nador también. Son las noticias que traen estos hombres, en los que el terror ha dilatado las pupilas, y que nos hablan con espanto de carreras, de moros que les persiguen, de moras que rematan a los heridos, de lo espantoso del desastre. Llegan desnudos, en camisa, inconscientes, como pobres locos.
La noche pasa tranquila; sólo el servicio avanzado ha ido recogiendo a los fugitivos.

"Diario de una Bandera", Comandante Franco Bahamonde.

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