martes, 19 de junio de 2007

A VUELTAS CON "LO" DEL 11 M.-

LA PERICIA.
Muy buena la carta de Pedro J. Ramírez ayer en El Mundo, en la que reprochaba al fiscal Zaragoza la imprudencia de citar a Cicerón a la hora de defender a capa y espada una versión oficial y una acusación de la Fiscalía que hubieran hecho enrojecer de vergüenza al romano.
Como también es importante la exclusiva de Casimiro García Abadillo hoy, en la que narra las vicisitudes de los peritos durante los análisis ordenados por el juez Gómez Bermúdez, a la luz de lo registrado en esas cintas de vídeo donde han quedado guardados para la posteridad los insultos del jefe de la pericia, Alfonso Vega, al jefe de los Tedax; el sorprendente carácter científico de ese mismo Alfonso Vega (“No puede ser nitroglicerina. Lo digo yo, que soy el jefe de la pericia”); la negativa a enseñar a los peritos de las partes los cromatogramas del explosivo de la mochila de Vallecas; la negativa a enseñarles los almacenes de los Tedax donde supuestamente se habrían contaminado las muestras; los torpes intentos por demostrar teorías sucesivas de la contaminación; o la enorme coherencia de alguno de los peritos oficiales, que se negó a firmar un informe elaborado por los peritos de parte, a pesar de reconocer que estaba de acuerdo con su contenido.
En fin, un cúmulo de despropósitos que debería mover al juez Bermúdez a tomar algún tipo de medida, porque está claro que ha existido un intento continuado de entorpecer la determinación de los explosivos que estallaron en los trenes. Y esa pericia, recuerdo, fue ordenada para determinar precisamente esos explosivos.
EL PROCESO.
Cuando en agosto de 2002 el Gobierno de José María Aznar planteó la ilegalización de Batasuna, muchos agoreros anunciaron que la respuesta iba a ser terrible. Pero lo cierto es que no pasó nada: Batasuna fue expulsada de las instituciones municipales, perdiendo el acceso a la financiación y la capacidad de coacción sobre muchos ciudadanos vascos.
El atentado del 11-S en Nueva York ya había colocado, además, a la banda asesina en una mala posición, al situar a todas las organizaciones terroristas, ETA incluida, en el limbo de los proscritos. Poco a poco, el aislamiento de ese mundo etarra fue siendo cada vez más profundo. Además, ese acoso político se complementó con la intensificación del acoso policial, hasta llegar a un punto donde una ETA deslegitimada, infiltrada, privada de cobertura política y económicamente asfixiada fue incapaz de cometer ningún asesinato en el último año de la segunda legislatura Aznar. El terrorismo etarra se encaminaba a la extinción.
Ayer, los proetarras volvieron a las instituciones de la mano de José Luis Rodríguez Zapatero. Hemos retrocedido de golpe al menos cinco años en la lucha antiterrorista. Nada de lo que hemos hecho en este tiempo ha servido para nada.
Entre aquella situación, con una ETA en estado terminal, y esta nueva situación, con una ETA triunfante, el 11-M se alza como un punto de inflexión que marca el instante de inversión de posiciones.
Para entender por qué sucedió el 11-M y quién fue el que ordenó la masacre, hagámonos una pregunta: en caso de que una nueva legislatura del PP, con Mariano Rajoy en la presidencia del Gobierno y la sombra de Aznar en retaguardia, hubiera ratificado la política antiterrorista y logrado la rendición o desaparición definitiva de ETA, ¿quiénes se hubieran visto arrastrados por la muerte de la banda?
Lo pregunto de otro modo: ¿quiénes necesitaban que ETA reviviera para poder continuar adelante con sus proyectos, o simplemente para continuar subsistiendo? ¿A quién le hacía falta una ETA fuerte, una ETA rearmada, una ETA de nuevo presente en las instituciones?
Demostrada la falsificación y destrucción de pruebas en todo lo que respecta a la investigación de los atentados, demostrada por tanto la falsedad de la trama islámica con la que se quiso encubrir a los verdaderos autores de la matanza, las dos únicas hipótesis verosímiles que existen tienen mucho que ver con esa pregunta que hacemos.
¿Fue el 11-M obra de una ETA que conoce a la perfección las debilidades y contradicciones de la clase política española, de una ETA que habría puesto 200 muertos sobre la mesa para forzar al PSOE y a los partidos nacionalistas a fundirse con ella en un abrazo mortal, que sólo puede acabar con la salvación o la condena conjuntas?
¿O fue el 11-M, por el contrario, obra de quienes necesitan a una ETA fuerte para mantener el status quo, para manejar el presupuesto público o para conseguir sus objetivos últimos en el terreno político? ¿Era necesario, por ejemplo, revivir a ETA para tener un arma de negociación (la entrega de las armas) con la que poder imponer a la sociedad española el desbordamiento de la Constitución y la centrifugación definitiva del Estado?
He dicho muchas veces que ojalá que el 11-M lo hubiera cometido ETA, porque ésa sería la solución menos mala. Desgraciadamente, cada vez veo menos posibilidades de que sea así. Las campañas de agitación previas al 11-M, las operaciones de intoxicación a medios de comunicación puestas en marcha antes del 11-M desde nuestros propios servicios del Estado, el asesinato de los agentes del CNI en Irak meses antes del 11-M (que probablemente se usó para garantizarse la “neutralidad” del sector del CNI más próximo a las tesis del gobierno del PP) y las negociaciones previas al 11-M entre ETA/Batasuna y diversos grupos políticos apuntan a una operación largamente meditada, bien planificada y que, desde luego, no podía ser llevada a cabo por esa ETA que se encontraba en estado terminal.
¿Era necesaria una ETA capaz de negociar la entrega de las armas para poder abordar la segunda transición y dotarla de legitimidad? ¿Fue ésa la razón por la que sucedió el 11-M?
La pactada ruptura de la tregua de ETA no sería, desde este punto de vista, más que la constatación, por parte de quienes controlan el ritmo del proceso, de que la resistencia cívica es lo suficientemente fuerte como para no poder abordar todavía el paso final de la escenificación de entrega de las armas a cambio de la independencia de facto (aunque no de iure) del País Vasco, en la línea de lo que ha sucedido en Cataluña. Independencia de facto que llevaría aparejada, por supuesto, la anexión directa o encubierta de Navarra.
Hace falta incrementar la presión sobre la sociedad. Hace falta desactivar los movimientos cívicos. Hace falta acabar con la oposición de ciertos sectores del PP a esa segunda transición. Hace falta, en definitiva, que la sociedad perciba como inevitable ese paso último de disgregación del Estado y acallar las voces que pudieran oponerse a él. De ahí la ruptura de la tregua.
Nos encaminamos, por tanto, a una situación enormemente peligrosa, donde cualquier variante es posible, dependiendo de cuál sea la tecla que el organista decida pulsar. Resulta preocupante analizar las distintas alternativas, porque se comprende a la perfección cómo quiénes manejan el terror tienen casi todos los triunfos en la mano cuando la sociedad no está dispuesta, unánimemente, a plantarles cara. Si lo que se considera más urgente, por ejemplo, es criminalizar y neutralizar a los movimientos cívicos y al PP, ETA asesinará a un concejal socialista o nacionalista; por supuesto, la responsabilidad de esa sangre se haría recaer sobre quienes se han opuesto a la rendición ante los asesinos. Suceda lo que suceda, el control de una mayoría de medios de comunicación permite intentar modular la respuesta social de acuerdo con los intereses del “proceso”. Y, de la misma manera, la presión ejercida por ETA se irá adaptando de acuerdo con la reacción de los distintos actores.
El problema, a estas alturas, es que esa labor de ingeniería social por el terror comienza a ser percibida de forma consciente por una parte cada vez mayor de ciudadanos. Y en el momento en que se hace visible esa labor, deja de ser efectiva. Los americanos tienen una frase (suspension of disbelief, suspensión de la incredulidad) para designar ese estado de ánimo que permite a los espectadores de cine sentir como verosímil una película, aún cuando en ella salgan marcianos de piel verde. El buen cine es aquél que logra esa suspensión de la incredulidad en los espectadores. Mal cine es, por el contrario, aquél que no logra que olvidemos que estamos asistiendo a una película.
Con la ingeniería social del terror pasa lo mismo. En el caso del 11-M, los golpistas perdieron la partida en el momento en que nuestra incredulidad dejó de estar suspendida. Y, en el caso de ETA, el problema fundamental es que cada vez surge más a menudo una pregunta en la mente de muchas personas: ¿es ETA la que necesita el “proceso” o es el “proceso” el que necesita a ETA?
Luís del Pino.

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