viernes, 6 de julio de 2007

VISTO PARA SENTENCIA.-

El juicio ha terminado. La investigación continúa, pero la vista en la sala de la Casa de Campo se cerró con las palabras finales de algunos de los acusados.
Personalmente, los discursos finales que más me impresionaron fueron los de Zougham, Aglif y Ghalyoun, por motivos distintos.
En
el caso de Zougham, porque desde septiembre de 2005, fecha en la que publiqué el Enigma 7, "La cabeza de turco", vengo denunciando la infame actuación que se ha tenido con este marroquí sobre quien se vertieron desde el principio todo tipo de imputaciones falsas (¿se acuerdan ustedes del trocito de móvil de la mochila de Vallecas?), con las que se estuvo sistemáticamente intoxicando a unos medios de comunicación demasiado dispuesto a condenar de antemano al que ya había sido nombrado culpable oficial del 11-M. La alocución de Zougham fue serena y sincera: eran las palabras de alguien que se sabe inocente y que quiere exponer ante el tribunal los hechos que él cree que demuestran de forma indiscutible que él no tiene por qué estar en ese banquillo. De todos los imputados que han sido juzgados, Zougham es uno de los pocos que carece de antecedentes penales. De casi todos los demás, a lo mejor se podría decir que, aunque no tengan nada que ver con el 11-M, quizá merecerían estar en la cárcel por otros motivos. De Zougham no puede decirse ni eso.
Rachid
Aglif realizó un alegato lleno de rabia poco contenida. Rabia hacia Rafá Zouhier, a quien acusa de haber mentido sistemáticamente para incriminarle. Bermúdez anduvo rápido de reflejos y ordenó sentar a Aglif fuera de la pecera al acabar su alocución, para evitar un encontronazo con Zouhier tras el cristal. ¿Qué es lo que sabe Aglif? ¿Hasta qué punto podría decir algo que nos ayudara a desentrañar la madeja? No lo sé, pero lo cierto es que los datos telefónicos aportados por la Policía le sitúan como usuario (por ejemplo, el 10 de marzo) de terminales telefónicos que habían sido previamente usados por Jamal Ahmidan. Lo cual no es un delito, pero indicaría que Aglif podría contarnos mucho sobre los movimientos de Jamal Ahmidan antes del 11-M.
Finalmente, las pala
bras de Basel Ghalyoun llamaron la atención por el sentido común que destilaba su proclamación de inocencia. Acusó a la Fiscalía, de forma muy poco velada, de manipular indicios de forma descarada para tratar de incriminarle al precio que fuera. Denunció que se le pretendiera relacionar estrechamente con El Tunecino a partir de 12 llamadas telefónicas (6 de ellas fallidas) intercambiadas en 6 meses. Denunció que la Fiscalía utilizara como indicio contra él los mensajes recibidos del Servicio de Noticias de Amena el 10 y 11 de marzo, cuando él estaba recibiendo esos mensajes desde diciembre de 2003. Denunció que se pretendiera asociarle con la casa de Leganés porque hubiera aparecido allí un gorro de oración con una muestra de ADN suya, cuando la aparición de objetos con ADN de personas que no han podido estar en un determinado escenario es constante a lo largo del sumario. Con respecto a este último punto, puso un ejemplo muy pertinente: el del dueño de la furgoneta Kangoo, cuyo ADN apareció en una serie de prendas de ropa encontradas en el coche de Hicham Ahmidan, sin que por ello a nadie se le haya ocurrido procesarle en este sumario.
Hoy publica La Razón una interesante entrevista con el magistrado Alfonso Guevara. Entre las preguntas que le hacen está la de si cree que ha sido bueno el televisar el juicio. Él cree que sí, y yo también. Si el juicio no hubiera sido televisado, hubiera sido imposible sustraerse a la labor de intoxicación de la flota mediática gubernamental, que habría concentrado toda su artillería en tratar de preservar ante la opinión pública la imagen de culpabilidad de los acusados. Sin embargo, al haberse televisado el juicio, todo el mundo ha tenido la oportunidad de ver las sesiones, de contemplar a los presuntos culpables, de juzgar la actitud de imputados y testigos, de escuchar la voz de esos supuestos monstruos a quienes se acusa de cometer una horrible masacre. Todo el que ha querido, ha tenido la oportunidad de formarse su propia opinión, al margen de lo que le digamos unos periodistas u otros.
En este sentido, estoy seguro de que algunas de las alocuciones finales de los imputados habrán removido más de una conciencia. De aquéllos que la tengan, claro.
Luís del Pino.

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