Hay quien celebra sus fiestas con petardos, otros con fuegos artificiales. El presidente iraní, Mahmud Ahmadineyad, prefiere hacerlo poniendo un satélite en órbita. El martes pasado, bajo sus órdenes directas, Irán puso en el espacio el «Omid» («esperanza», en farsi). Nada impresionante en lo referente al satélite en sí, pero sí algo de relieve sobre el cohete que lo ha lanzado: puede llegar a tener un alcance intercontinental.Hasta ahora, el misil con mayor alcance en el arsenal de los ayatolás era el Sahab-3, con un alcance capaz de cubrir Israel y llegar a Italia. Con muy poco trabajo de ingeniería, Irán será capaz de montar una cabeza explosiva y dispararla contra quien quiera, incluida Europa. Que esa cabeza sea convencional o nuclear dependerá de su elección en poco tiempo, me temo.
La comunidad internacional dice que la bomba atómica iraní es del todo inaceptable. Pero llegado a este punto, no hay incentivo suficiente para persuadir a Teherán de que abandone su ambición nuclear. En la conferencia de Herzlya, que reúne todos los años a unos pocos centenares de expertos en la materia, el sentimiento era a la vez de preocupación y pesimismo. En la historia del armamento atómico, ningún país que ha llegado a desarrollar los tres componentes básicos, a saber, la tecnología del enriquecimiento de uranio, el diseño de una cabeza atómica y los misiles de lanzamiento, ha renunciado a producir su bomba. Ni siquiera Sudáfrica. ¿Por qué sería la excepción el régimen fundamentalista iraní?
La cuenta atrás se ha puesto en marcha. La ha iniciado el presidente Mahmud Ahmadineyad bajo la autoridad del líder supremo, Alí Jamenei. Y es más corta de lo que creemos. Ahora que el presidente español se va a ver con el antiguo negociador nuclear iraní, Ali Lariyani, debería pedirle algunas explicaciones al respecto. Salvo que el gobierno socialista español esté de acuerdo con que Irán sea una potencia nuclear. Sus misiles, no lo olvide nuestro presidente, también llegan a La Moncloa.
Barak Husseín: a tu pacifismo, le crecen los enanos. ¿A qué esperas?
Rafael L. Bardají
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