CLASES DE MARINERÍA Y TROPA.
Después de la Crisis del Perejil, nos llegan corbetas, fragatas y navíos de nuestra Armada, como siempre fue algo normal y común que nuestras calles y muelles estuvieran engalanadas para recibir a nuestros marinos. Hubo hace muchísimos años una anécdota, que la guardaba para las meriendas y la reuniones familiares. El nieto mayor siempre la recuerda. Siempre tuvimos los lazos de unión con la Armada.
El abuelo Bernardo, marino de la guerra civil, pescador, patrón y todo lo que oliese a barco y mar, era el puente de mando, mientras asaba sus sardinas en el infiernillo. El humo recorría la calle Velarde, quitaba el sentido a los vecinos del Patio Morales. En los escalones del viejo Patio, marineros e infantes de Marina, se enseñaban las compras de los Bazares, fumaban él cigarrillo y hacían cuentas de quien faltaba en la familia para algún detalle de Ceuta. El amor por la Marina nunca muere. El abuelo vio sus niños, sus marinos y desde la ventana, los llamó a que subieran. Aquello parecía la cantina, todos mirando los cuadros de los antepasados marinos, el Lepanto con la cinta del Crucero Canarias, los tatuajes en los brazos del abuelo. El abuelo sacó la bota de vino, las sardinas, las habas crudas, todo muy artesanal, el pan traído del Alquian y puso unas coplas de Rafael Farina y Antonio Molina.
Ese ratito ameno, y con el calor de sus marineros e infantes, recordando gestas de los tiempos de la guerra, las horas de navegación, las calderas, los fogones, los nudos del as de guía, fue un día de los más felices de su vida, los apretones de manos. Muchas gracias, abuelo, sentimiento compartido. La anécdota se la contó mi abuelo a sus hijas, o sea, mi madre y mis tías.
Los ojos del abuelo emocionado llamaron a sus niños a compartir sus vivencias, recordando aquellos voluntarios. Hay otras clases de marinería y de tropa, treinta años después, el nieto mira a esos barcos en el Muelle España.
Javier Chellarám.
Después de la Crisis del Perejil, nos llegan corbetas, fragatas y navíos de nuestra Armada, como siempre fue algo normal y común que nuestras calles y muelles estuvieran engalanadas para recibir a nuestros marinos. Hubo hace muchísimos años una anécdota, que la guardaba para las meriendas y la reuniones familiares. El nieto mayor siempre la recuerda. Siempre tuvimos los lazos de unión con la Armada.
El abuelo Bernardo, marino de la guerra civil, pescador, patrón y todo lo que oliese a barco y mar, era el puente de mando, mientras asaba sus sardinas en el infiernillo. El humo recorría la calle Velarde, quitaba el sentido a los vecinos del Patio Morales. En los escalones del viejo Patio, marineros e infantes de Marina, se enseñaban las compras de los Bazares, fumaban él cigarrillo y hacían cuentas de quien faltaba en la familia para algún detalle de Ceuta. El amor por la Marina nunca muere. El abuelo vio sus niños, sus marinos y desde la ventana, los llamó a que subieran. Aquello parecía la cantina, todos mirando los cuadros de los antepasados marinos, el Lepanto con la cinta del Crucero Canarias, los tatuajes en los brazos del abuelo. El abuelo sacó la bota de vino, las sardinas, las habas crudas, todo muy artesanal, el pan traído del Alquian y puso unas coplas de Rafael Farina y Antonio Molina.
Ese ratito ameno, y con el calor de sus marineros e infantes, recordando gestas de los tiempos de la guerra, las horas de navegación, las calderas, los fogones, los nudos del as de guía, fue un día de los más felices de su vida, los apretones de manos. Muchas gracias, abuelo, sentimiento compartido. La anécdota se la contó mi abuelo a sus hijas, o sea, mi madre y mis tías.
Los ojos del abuelo emocionado llamaron a sus niños a compartir sus vivencias, recordando aquellos voluntarios. Hay otras clases de marinería y de tropa, treinta años después, el nieto mira a esos barcos en el Muelle España.
Javier Chellarám.
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