DESCRIPCION.
Una vez que fue conquistada la Isla de La Palma a lo largo de 1493 con relativa facilidad por las argucias del llamado Adelantado de Canarias, Alonso Fernández de Lugo, sólo falta someter la que mayor resistencia ha opuesto a la conquista: Tenerife, y a la que inmediatamente se dirige el incansable guerrero castellano con sus huestes de combate.
Habitada esta isla por la formidable raza guanche, va a recibir el último y definitivo intento para su conquista por parte de los aguerrido e incansables castellanos, con la inestimable ayuda de aborígenes canarios de otras islas ya sometidas en especial la de Gran Canaria.
Con quince bergantines desembarcan, con mil hombres, caballos y pertrechos de guerra, en las playas de Anaza (hoy Santa Cruz de Tenerife) el primero de mayo de 1494 donde fundaron el campamento base el día tres. Parten inmediatamente hacia el valle de Aguere (hoy San Cristóbal de La Laguna), retrocediendo al ser interceptados por el mencey Bencomo y sus guerreros guanches quien, al verlos huir dicen que dijo: “¡Mirad esta gente que se detiene ante nuestro aspecto, por Echedey y por mi abuelo el gran Tinerfe, juro por sus huesos que se van a acordar de mí!”.
No obstante, Fernández de Lugo envía parlamentarios que convencen a Bencomo, en principio, para que se retire a sus dominios de Tahoro (Orotava), si bien intuye que ha de prepararse para la guerra contra los invasores de la Isla.
En posterior reunión con los otros menceyes: Acaimo de Tacoronte, Tegueste, Beneharo de Anaga y el Príncipe Zebenzuí de Punta del Hidalgo, acuerdan pactar una liga en defensa de sus respectivos territorios norteños contra los españoles. En aquella confederación prebélica no pudieron integrar a los menceyatos del sur de Tenerife cuyos principales príncipes, por envidia a Bencomo o por seducción interesada de los españoles para dividir fuerzas, alegaron que se defenderían por sí solos quedando por tanto debilitada la liga propiciada por Bencomo de Tahoro. Con esta decisión estos príncipes aceleraron la esclavitud de su patria con sus habitantes y la vergüenza de rendirse sin combate y sin gloria a decir del historiador palmero López Herrera que añade que “la mayor incoherencia corresponde al Mencey de Güimar, Añaterve, que favorecía en secreto a los castellanos de Lugo de quien era amigo. Por consejos del fraile Antón un joven guanche tomado prisionero unos años antes en las costas de Adeje que fue cristianizado y utilizado como intérprete en la conquista, Añaterve accedió a colaborar”.
Fernández de Lugo, el sagaz conquistador a las órdenes de los Reyes Católicos, visto que no podía convencer a Bencomo para atraerlo a la paz, quien por el contrario estaba dispuesto a hacer frente a las armas españolas, decidió ir a su encuentro y plantearle guerra en sus mismos dominios, a pesar de haber sido advertido previamente por emisarios del mismo Bencomo que desoye el conquistador. Como quiera que tenía la retaguardia garantizada y cubierta por la sumisión del mencey de Güimar y viendo que sus tropas se hallaban descansadas y con ánimo de dar batalla unido al deseo personal de dar comienzo a la empresa y decidió arriesgarse.
Según el historiador grancanario Agustín Millares Torres quien añade que: “convencido además que la estación climática era propicia, resolvió herir en el corazón a su adversario atacándole en sus mismos estados de Tahoro, seguro que de vencerlo no tardarían mucho en rendirse los demás menceyes implicados…”
Bencomo, conociendo los proyectos de Lugo, ordena a su aliados de Tacoronte y de Anaga que no pusieran dificultades al paso de las huestes castellanas por Aguere, por cuyos reinos habían de pasar, para no hacer precavido al conquistador, llegando el ejército, sin dificultad ni enemigo a quien combatir, hasta las mismas puertas de Orotabola. Allí se apoderaron de gran cantidad de ganado que pastaba en fértiles terrenos del gran valle y sin otro contratiempo decidieron regresar al campamento de Añaza a través de Aguere, sin hacer ningún tipo de guerra al Mencey.
Los castellanos embarazados por la gran cantidad de botín recogido no se percataron que el astuto Bencomo había informado bien a su gente y dispuso emboscar a los castellanos en el barranco de Acentejo paso obligado para ellos. El gran guerrero Tinguaro comisionado por su hermano Bencomo con trescientos hombres de élite esperó la llegada mientras el Mencey de Tahoro con tres mil hombres seguía los pasos de los castellanos sin que estos se percatasen con la intención de darles batalla en el momento más oportuno.
El valiente guanche Tinguaro, con la habilidad característica de estos aborígenes, según el investigador Álvarez Delgado, dejó que los entretenidos hombres de Lugo, con el ganado sustraído, llegaran al muy fragoso paraje del barranco de Acentejo, cubierto entonces por mucha maleza arbórea que les impedía maniobras con sus caballos. Aún teniendo en cuenta la manifiesta superioridad en armas y material (los guanches carecían de coraza y de verdaderas armas de defensa salvo el tamarco arrollado al brazo y el banot o lanza de madera endurecida), no dudaron en presentarse al ataque confiando en su extraordinaria movilidad. El conocimiento del terreno y la destreza en esquivar golpes en que los guanches eran maestros, les ayudaron a su objetivo. Así cuando los castellanos estuvieron bien metidos en el interior del profundo y amplio barranco, desde lo alto los guerreros aborígenes silbaron al ganado que, conociendo a sus dueños, trataron de escapar desorganizando la formación de las gentes de Lugo quien al comprender la encerrona en que habían caído de inmediato presentan un desesperado plan de defensa que no logran por la rápida y contundente acometida de los enemigos que arrojaban piedras y palos sin cesar, entablándose una batalla en tal desfavorables condiciones para las huestes del conquistador que, a pesar de la disciplina y bravura, fueron pronto deshechos, quedando en el campo más de mil muertos. Resulta herido el propio Fernández de Lugo que logró escapar con vida al haber cambiado su capa roja por la de un soldado que murió no sin antes haber dejado su propio caballo al conquistador y Adelantado de Canarias. Éste huye a “uña de caballo” sin detenerse hasta el valle de Aguere con dirección al campamento base, pero durante la travesía por Guamasa recibió tal certera pedrada en la boca que le hizo perder parte de los dientes antes de su llegada a Añazo. Allí, los escasos restos del ejército conquistador, apenas unos doscientos según las fuentes escritas, recibirán nuevos ataques de los aborígenes y posteriormente por gentes que habitaban Anaga al mando de Taineto.
Una vez que fue conquistada la Isla de La Palma a lo largo de 1493 con relativa facilidad por las argucias del llamado Adelantado de Canarias, Alonso Fernández de Lugo, sólo falta someter la que mayor resistencia ha opuesto a la conquista: Tenerife, y a la que inmediatamente se dirige el incansable guerrero castellano con sus huestes de combate.
Habitada esta isla por la formidable raza guanche, va a recibir el último y definitivo intento para su conquista por parte de los aguerrido e incansables castellanos, con la inestimable ayuda de aborígenes canarios de otras islas ya sometidas en especial la de Gran Canaria.
Con quince bergantines desembarcan, con mil hombres, caballos y pertrechos de guerra, en las playas de Anaza (hoy Santa Cruz de Tenerife) el primero de mayo de 1494 donde fundaron el campamento base el día tres. Parten inmediatamente hacia el valle de Aguere (hoy San Cristóbal de La Laguna), retrocediendo al ser interceptados por el mencey Bencomo y sus guerreros guanches quien, al verlos huir dicen que dijo: “¡Mirad esta gente que se detiene ante nuestro aspecto, por Echedey y por mi abuelo el gran Tinerfe, juro por sus huesos que se van a acordar de mí!”.
No obstante, Fernández de Lugo envía parlamentarios que convencen a Bencomo, en principio, para que se retire a sus dominios de Tahoro (Orotava), si bien intuye que ha de prepararse para la guerra contra los invasores de la Isla.
En posterior reunión con los otros menceyes: Acaimo de Tacoronte, Tegueste, Beneharo de Anaga y el Príncipe Zebenzuí de Punta del Hidalgo, acuerdan pactar una liga en defensa de sus respectivos territorios norteños contra los españoles. En aquella confederación prebélica no pudieron integrar a los menceyatos del sur de Tenerife cuyos principales príncipes, por envidia a Bencomo o por seducción interesada de los españoles para dividir fuerzas, alegaron que se defenderían por sí solos quedando por tanto debilitada la liga propiciada por Bencomo de Tahoro. Con esta decisión estos príncipes aceleraron la esclavitud de su patria con sus habitantes y la vergüenza de rendirse sin combate y sin gloria a decir del historiador palmero López Herrera que añade que “la mayor incoherencia corresponde al Mencey de Güimar, Añaterve, que favorecía en secreto a los castellanos de Lugo de quien era amigo. Por consejos del fraile Antón un joven guanche tomado prisionero unos años antes en las costas de Adeje que fue cristianizado y utilizado como intérprete en la conquista, Añaterve accedió a colaborar”.
Fernández de Lugo, el sagaz conquistador a las órdenes de los Reyes Católicos, visto que no podía convencer a Bencomo para atraerlo a la paz, quien por el contrario estaba dispuesto a hacer frente a las armas españolas, decidió ir a su encuentro y plantearle guerra en sus mismos dominios, a pesar de haber sido advertido previamente por emisarios del mismo Bencomo que desoye el conquistador. Como quiera que tenía la retaguardia garantizada y cubierta por la sumisión del mencey de Güimar y viendo que sus tropas se hallaban descansadas y con ánimo de dar batalla unido al deseo personal de dar comienzo a la empresa y decidió arriesgarse.
Según el historiador grancanario Agustín Millares Torres quien añade que: “convencido además que la estación climática era propicia, resolvió herir en el corazón a su adversario atacándole en sus mismos estados de Tahoro, seguro que de vencerlo no tardarían mucho en rendirse los demás menceyes implicados…”
Bencomo, conociendo los proyectos de Lugo, ordena a su aliados de Tacoronte y de Anaga que no pusieran dificultades al paso de las huestes castellanas por Aguere, por cuyos reinos habían de pasar, para no hacer precavido al conquistador, llegando el ejército, sin dificultad ni enemigo a quien combatir, hasta las mismas puertas de Orotabola. Allí se apoderaron de gran cantidad de ganado que pastaba en fértiles terrenos del gran valle y sin otro contratiempo decidieron regresar al campamento de Añaza a través de Aguere, sin hacer ningún tipo de guerra al Mencey.
Los castellanos embarazados por la gran cantidad de botín recogido no se percataron que el astuto Bencomo había informado bien a su gente y dispuso emboscar a los castellanos en el barranco de Acentejo paso obligado para ellos. El gran guerrero Tinguaro comisionado por su hermano Bencomo con trescientos hombres de élite esperó la llegada mientras el Mencey de Tahoro con tres mil hombres seguía los pasos de los castellanos sin que estos se percatasen con la intención de darles batalla en el momento más oportuno.
El valiente guanche Tinguaro, con la habilidad característica de estos aborígenes, según el investigador Álvarez Delgado, dejó que los entretenidos hombres de Lugo, con el ganado sustraído, llegaran al muy fragoso paraje del barranco de Acentejo, cubierto entonces por mucha maleza arbórea que les impedía maniobras con sus caballos. Aún teniendo en cuenta la manifiesta superioridad en armas y material (los guanches carecían de coraza y de verdaderas armas de defensa salvo el tamarco arrollado al brazo y el banot o lanza de madera endurecida), no dudaron en presentarse al ataque confiando en su extraordinaria movilidad. El conocimiento del terreno y la destreza en esquivar golpes en que los guanches eran maestros, les ayudaron a su objetivo. Así cuando los castellanos estuvieron bien metidos en el interior del profundo y amplio barranco, desde lo alto los guerreros aborígenes silbaron al ganado que, conociendo a sus dueños, trataron de escapar desorganizando la formación de las gentes de Lugo quien al comprender la encerrona en que habían caído de inmediato presentan un desesperado plan de defensa que no logran por la rápida y contundente acometida de los enemigos que arrojaban piedras y palos sin cesar, entablándose una batalla en tal desfavorables condiciones para las huestes del conquistador que, a pesar de la disciplina y bravura, fueron pronto deshechos, quedando en el campo más de mil muertos. Resulta herido el propio Fernández de Lugo que logró escapar con vida al haber cambiado su capa roja por la de un soldado que murió no sin antes haber dejado su propio caballo al conquistador y Adelantado de Canarias. Éste huye a “uña de caballo” sin detenerse hasta el valle de Aguere con dirección al campamento base, pero durante la travesía por Guamasa recibió tal certera pedrada en la boca que le hizo perder parte de los dientes antes de su llegada a Añazo. Allí, los escasos restos del ejército conquistador, apenas unos doscientos según las fuentes escritas, recibirán nuevos ataques de los aborígenes y posteriormente por gentes que habitaban Anaga al mando de Taineto.
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