miércoles, 11 de marzo de 2009

ALGARABIA SERRANA.-



En la Literatura, los animales hablan y escriben. Lafontaine, Samaniego, Iriarte, Perrault. Fábulas y cuentos. En 1960 se publicó la primera edición de «Solitario», la extraordinaria obra de Jaime de Foxá que se convirtió, en muy pocos años, en uno de los clásicos de la literatura venatoria española. «El Solitario» es un jabalí de las sierras de Jaén -precisamente de Jaén-, que se metió a literato, amó a su cochina del alma «Lentisquilla», aprendió todos los trucos de la sierra de las lecciones de su abuelo el «Anteojos», abandonó sus raíces junto a su amigo «Puñales» para seguir con sus andanzas y correrías por la sierra del Jándula y asentar sus poderes en Nava el Sach, lengua de Despeñaperros hacia Sierra Morena. Y salvó de morir al altanero y antipático «Diez Puntas», un venado orgulloso y soberbio que dejó de mirarlo por encima del hombro, como acostumbran los ciervos cuando se topan con los humildes cochinos. «Solitario» sabía cuándo los hombres organizaban sus monterías, y se quedaba en la mancha, porque le gustaba el riesgo, como a su amigo «Puñales». Las reses se comunicaban unas con otras con el idioma de las sierras, y se advertían: «Cuidado en Selladores, que hay movimiento de hombres colocando puestos». El venado habla con su mirada, los cochinos con sus castañeos, los zorros con su silencio. Y se entienden. Hoy, en la sierra de Jaén se ha montado una fiesta. La veda se ha abierto -veda es prohibición, no permiso-, y han dejado de oírse los disparos secos de los rifles. Todos los supervivientes, cochinos, venados y muflones, se han enterado -no se sabe cómo-, de que el «montero del chaquetón» -así le dicen-, ha sido cazado por otros hombres. Y lo están celebrando, juntos pero no revueltos, que las sierras de España también se rigen por normas y conductas, más estrictas y cumplidas que las de los hombres. Sólo en días excepcionales, como el de hoy, las reses se reúnen en los alcores para festejar los infortunios humanos. Y el gran venado, un dieciocho puntas por lo menos, ha sido el elegido para tomar la palabra y anunciar a sus compañeros de mancha la buena nueva. «Se oye por las ventas que al montero del chaquetón le han pillado los suyos con las manos en la masa. Ya sabéis que los hombres, esos seres inferiores, sólo buscan una cosa que ellos llaman dinero. Para matarnos pagan dinero, bueno no todos, que el montero del chaquetón suele disparar de gorra. Parece ser que ellos tienen un dinero asegurado en cada luna, y no les está permitido a los que deciden sobre el futuro de los demás, ocultar que perciben más dinero de otros campos y otras sierras. Y al del chaquetón le han investigado sus propios compañeros, y se dice que sí, que efectivamente, le ha venido dinero muy grande y lejano, y el tío no ha dicho nada, calladito se lo tenía, y le puede caer un castigo muy fuerte, y con suerte, no lo vamos a ver por aquí en algunos otoños, porque se quiere ir a un sitio que se llama Miami, que hay que ver lo tontos que son los hombres para ponerle de nombre a un lugar, Miami. Así, que para celebrar la buena noticia, hoy nos podemos bañar todos juntos y revueltos en el arroyo de las adelfas y está permitido el libre amor a todas las reses. Que sí, oídme, no es un rumor. Que al del chaquetón se le pueden caer todas las noches encima. Y vamos, vamos, que el sol brilla, el arroyo baja claro y ya se anuncia la primavera. Que sí, que sí...».
A. Ussía.

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