martes, 10 de marzo de 2009

DESASTRE GUBERNAMENTAL.-




EL CUERPO DE INFANTERÍA DE MARINA.
NO LES BASTA CON DISOLVER BANDERAS DE LA LEGION O DESMANTELAR LA ARTILLERIA DEL ESTRECHO. ¿POR QUE NO LLAMAN AL MORO DE UNA VEZ, SI ES LO QUE QUIEREN?
Los grandes ejércitos nacionales son el resultado de la suma de sus unidades.
De ellas heredan elementos esenciales a la función militar, como son el orgullo, el valor, la solidaridad, el sentimiento de pertenecer a algo que está por encima de la experiencia de una generación y que representa todo aquello que justifica la característica fundamental de un soldado: su disposición a ofrecer su vida. De ahí que el tiempo juegue a favor de las Fuerzas Armadas en aquellas sociedades que las han comprendido y han sabido administrarlas a lo largo de siglos.
Para cualquier estudioso o aficionado al estudio de la historia militar los regimientos británicos son un modelo de integración social. Durante cientos de años han sido una institución perfectamente incardinada en su entorno social y geográfico. Por cada uno de ellos han pasado generaciones de una misma familia hasta el punto de ser uno de esos ejes que dotan de identidad a un apellido. Experiencias históricas fundamentales, como las dos guerra mundiales, han sido vividas y recreadas por miles de personas a través de un determinado regimiento al que se sienten y sentirán unidos. Todos son británicos, todos aman a su país, pero el supremo sacrificio lo hacen a través de algo próximo y concreto, una institución vinculada a su familia, a los suyos, por siglos.
España es uno de los estados más antiguos de Occidente, pero también es uno de los que peor ha gestionado sus ejércitos. Tras la Guerra Civil se llevó a cabo una reorganización en clave centralizadora y racionalista que se llevó por delante unidades centenarias que dotaban de continuidad la historia nacional desde los tiempos del Imperio. Eran días de nacionalismo encendido, un sentimiento que a menudo confunde la razón y se lleva por delante el sentido común. Como si el pasado no tuviera más función que la de dar sentido a la Historia se partió casi de cero, equiparando a España con una nación recién descolonizada y forzada a diseñar desde la nada unas Fuerzas Armadas. No es de extrañar que nuestras unidades más laureadas sean los tabores de regulares y los tercios legionarios, creaciones del siglo XX.
Una gran nación se distingue, entre otras cosas, por el respeto a sus viejas instituciones, aunque sólo sea porque han demostrado su utilidad a lo largo del tiempo. Frente al vicio de reorganizar está la virtud de reformar y adaptar lo justo; frente a la soberbia de la razón está la inteligencia de respetar la experiencia. Mal están los errores que cometimos en el pasado, pero peor es insistir en ellos.
Las necesidades militares del Imperio llevaron al Emperador Carlos, en 1537, a adoptar una medida revolucionaria: asignar de forma permanente Tercios de Infantería Española a su Real Armada. Había nacido la Infantería de Marina. Desde entonces, los infantes de marina han intervenido en todos los océanos. En un tiempo en que el despliegue por mar era la alternativa más rápida, se intentaba dotar a nuestros almirantes de una fuerza terrestre que defendiera los buques, luchara en el abordaje, proyectara el poder naval y controlara la situación hasta la llegada de las fuerzas terrestres. En términos modernos hablaríamos de unidades de despliegue rápido y de choque, entrenadas para ocupar terreno hasta la incorporación al teatro de operaciones de otras más pesadas del Ejército de Tierra. Eran tropas, pero Armada. Mantenían su propia personalidad y mandos, pero su operatividad quedaba determinada por el despliegue naval.
La idea cuajó y hoy todos los grandes y medianos Estados tienen unidades de Infantería de Marina. La excepción es Estados Unidos, que entendió la diferencia entre circunstancia y función y optó por dotar a los Marines de la condición de Ejército. El maridaje Infantería-Armada era sólo una circunstancia temporal, la que convirtió a la segunda en el medio de trasporte más rápido durante un tiempo. Lo esencial de los Marines es su vocación de fuerza de proyección y choque, dotados por lo tanto de la potencia y el entrenamiento específico que les prepara para conformar una unidad inevitablemente elitista. A nadie ha sorprendido en Estados Unidos que hayan solicitado, a través de sus mandos, la retirada de sus unidades en Irak para ser de inmediato desplegadas en Afganistán. El argumento es obvio, en Irak se controla el territorio mientras que en Afganistán se combate. Cuando la Fuerza es escasa y los retos de seguridad pasan por el continuo envío de destacamentos militares a miles de kilómetros de distancia las unidades de infantería de marina resultan particularmente adecuadas.
España, sin embargo, es la excepción. El 27 de febrero se celebró el 472 aniversario de la creación del Cuerpo de Infantería de Marina, el primero de la Historia, y lo hicimos bajo el efecto de la Orden de Defensa 3771/2008 de 10 de Diciembre, que establece que la Fuerza de Infantería de Marina, con el Comandante General del Cuerpo a la cabeza, pase a depender del Almirante de la Flota. Una Orden que rectifica el RD 912/2002, que desarrollaba la estructura orgánica básica de los Ejércitos y establecía que la Comandancia General del Cuerpo se integraría en el Cuartel General de la Armada al tiempo que el Comandante General dependería del Almirante Jefe del Estado Mayor de la Armada. De Cuerpo ha pasado a Fuerza, de depender del Jefe del Estado Mayor al Almirante de la Flota. La Infantería de Marina pierde su carácter orgánico dentro de la Armada y queda desprovista de su entidad institucional, que es lo que se viene conmemorando desde 1537. En estas nuevas circunstancias ¿podrá la Brigada de Infantería de Marina conservar sus valores específicos y mantener la calidad de su fuerza de combate?
La pérdida del carácter orgánico de la Infantería de Marina daña una vieja, solvente y elitista institución militar. Y lo hace cuando nuestro entorno evoluciona en el sentido contrario. A lo largo de la historia hemos podido observar cómo prolongados períodos de paz provocan en la clase política y en los propios mandos militares una pérdida de sentido de la realidad. Paulatinamente, se van imponiendo actitudes burocráticas mientras se minusvalora el peso de instituciones de raigambre centenaria.
Para nuestros gobernantes, que «prefieren morir que matar», que hacen gala de pacifismo y no ocultan su voluntad de convertir las FF.AA. en una ONG, estos temas carecen de interés y, desde luego, no está en su ánimo reivindicar unidades que se caracterizan por su disposición al combate.
Es evidente que la situación de nuestra Infantería de Marina no es, ni mucho menos, el mayor de nuestros problemas. Sin embargo, la evolución que está sufriendo es un síntoma más de esa crisis del Estado que caracteriza nuestra situación presente. La descomposición a la que nos lleva la deriva radical del régimen autonómico va en paralelo a la evolución de nuestros Ejércitos hacia algo que no tiene mucho que ver con su naturaleza. Ambos procesos son resultado de una crisis de valores, de la pérdida del sentido de la realidad. Podemos rectificar o avanzar con decisión por el callejón sin salida en el que libremente nos hemos metido. En el caso del Cuerpo de Infantería de Marina, rectificar es fácil.
INFANTERÍA DE MARINA: SENTIDO DE LA REALIDAD.
Una magnifica reflexión sobre nuestra Infantería de Marina expuesta por Florentino Portero en la Tercera de ABC (7-3-09) recoge un sentimiento general, no sólo de los componentes del prestigioso y centenario Cuerpo, sino de una amplia mayoría de los que formamos las Fuerzas Armadas.
No es la primera vez, que el prestigioso diario, ofrece su principal página de opinión a temas relacionados con nuestra alma de soldado. Recientemente el General Muñoz Grandes hacia un valiente y bien ponderado análisis sobre aspectos de la memoria histórica, manipulada a borbotones, que insultaba a quienes no podían defenderse, juzgando con iluminados parámetros del siglo XXI, trágicos acontecimientos del primer tercio del XX, que dábamos por más que superados.
Como también podemos considerar iluminados a los que disuelven dos Banderas de la Legión en Ceuta y Melilla y a la Tercera de Paracaidistas de Alcalá/Paracuellos, a los que desmantelan las defensas del Estrecho y permiten la agresiva expansión de Gibraltar, sin evaluar las fuertes inversiones norteamericanas y francesas en Marruecos. Deben pensar: “alguien nos defenderá; ¿porqué no les damos Sierra Carbonera a los ingleses? Total, cuatro cabras y viento; desde allí nos defenderían mejor todo el Estrecho”.
“Frente al vicio de reorganizar -escribe Portero- está la virtud de reformar y adaptar lo justo; frente a la soberbia de la razón está la inteligencia de respetar la experiencia. Mal están los errores del pasado, pero peor es insistir en ellos”. Decir hoy que las unidades que se disuelven son consecuencia de la falta de recluta, suena a nula flexibilidad, porque la demanda ha cambiado sustancialmente a efectos del paro; no querer reconocer que la Unidad Militar de Emergencias se ha tragado presupuesto y unidades operativas de tanto alcance como Legión y Paracaidistas es querer jugar a la gallina ciega.
Hay, ciertamente una obsesión teñida de soberbia, por olvidar cierta historia, por romper tradiciones: ¡Que más da que nuestra querida Infantería de Marina haya cumplido 472 años! ¡Otra vez Gibraltar; como con Castiella! ¡Pero, que pesados!
¿Que los médicos de la desarbolada -y antes prestigiosa- Sanidad Militar apliquen un cuadro de exclusiones marcado por la ley, y declaran no apto a un ciudadano? Se les fustiga como retrógrados y se les insulta en tertulias oficiales. Y por supuesto, se cambia la ley. ¡Faltaría más!
“Para nuestros gobernantes -termina escribiendo el buen analista del Grupo de Estudios Estratégicos- que prefieren morir que matar, que hacen gala de pacifismo y no ocultan su voluntad de convertir a las FF.AA. en una ONG, estos temas carecen de interés y desde luego no está en su ánimo reivindicar unidades que se caracterizan por su disposición al combate”
Yo añadiría: ni a nuestros gobernantes, ni a la oposición a nuestros gobernantes, a los que les aburren los desfiles, a los que no consiguen consensuar ni una simple norma.
Pero, tenemos responsabilidades también los uniformados, no exentos del vicio de la reorganización permanente, de la soberbia de no saber enmendar errores, de tragar con lo “políticamente correcto”. Porque no todos pierden, como los Infantes de Marina o como los Legionarios de Ceuta y Melilla. Hay quienes han sabido sacar ventaja en el rio revuelto: buenos cargos en empresas relacionadas con Defensa -Explosivos Alaveses, Navantia, Santa Bárbara, INSA-justifican conductas dóciles, acomodadas.
¡Que más da que los “Anibal” sean un fiasco! ¡Que más da que un programa de construcciones aumente un 19%! Firma y calla, que serás ungido después.
Situación de pulsaciones bajas, muy bajas, batiéndose a borbotones, entre iluminados y pillos, alejadas de la realidad. Lo que justifica Florentino Portero añadiendo: “a lo largo de la Historia hemos podido observar como prolongados períodos de paz provocan en la clase política y en los propios mandos militares, un perdido sentido de la realidad”.
¡Gracias, Profesor por ayudarnos a poner los pies en el suelo! ¡Gracias por decir tan bien, lo que sentimos en nuestro viejo corazón de soldados!
LUIS ALEJANDRE es general de Ejército y ex Jefe del Estado Mayor del Ejército de Tierra.
Está claro: aquí nadie se preocupa por la Defensa. Mas de un susto se va a llevar la "maruja" de turno.

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