TIENE CIEN AÑOS DE PERDON.
Quevedo debía, anticipadamente, estar pensando en él. En realidad, si Quevedo hubiera conocido al juez campeador se habría quedado solo rimando cuartetas inolvidables. El caso de aquel pobre aguacil poseído, el estúpido, por el diablo, viene como anillo al dedo al caso de este individuo que se cree en situación de juzgar a todo el mundo, sin darse cuenta que el mundo entero le va a juzgar a él. Garzón tiene más grietas que cualquier casa de los okupas de Lavapiés. Es ufano, como un general en maniobras, y como todos los individuos jactanciosos de su jaez tiene un vigón en el ojo propio que le impide ver el riesgo que corre cada vez que se mete con alguien. El episodio de su forre en Nueva York, del que se hace lenguas toda España, es un ejemplo de su atrevimiento. Acusa a un político de vestirse de gorra y él se pone hasta la gorra en la capital del mundo. O sea, un despropósito.
Cada sumario de Garzón es como las añejas novelas del Oeste escritas por españoles (y no me refiero a las estupendas de Marroquí) que situaban el Cañón del Colorado en Texas y cifraban en San José, California, el nacimiento de Bufalo Bill. Aquellos opúsculos llenos de: “Saca, Joe”, hicieron en su momento más analfabetos históricos y geográficos en España que la LOGSE entera del pretencioso Maravall y sus secuaces. Para Garzón Miami es un Estado y Camps se viste en Milano, lo que es lo mismo que atribuir a Benidorm categoría de país independiente, y al tipo peor vestido de España, por ejemplo Miguel Sebastián, referencia de la moda nacional. Un sumario de Garzón es una bendición para un delincuente. Una vez, un sujeto “instruido” por el juez, gritaba, no muy lejos de él en la cervecería donde ambos se toman las cañas del aperitivo de esta manera: “¡Estoy salvado: me ha tocado Garzón!”.
Su torpeza, precipitación y sectarismo es similar a la del último Agüero ante la portería de Casillas. Ahora, el Supremo que está hasta las cejas de este cazador festivalero le ha puesto en manos del Consejo del Poder Judicial donde habita, por cierto su mejor amigo: un abogado, Gómez Benítez, cuya mejor virtud jurídica es bailar sevillanas con el juez, todavía, de la Audiencia Nacional. Gómez tendrá que ingeniárselas para salvar a su protector/protegido de la rabia que le tiene, sin ir más lejos, Margarita Robles, que se la tiene guardada desde los tiempos de GAL. En el peor de los casos, y si se demuestra que se embuchó los dólares sin declararlos al Consejo del Poder Judicial y, claro está a Hacienda, Garzón tiene los días contados en la Audiencia y esperamos que ante el Fisco, tan guardián siempre de la caza menor y no de los auténticos jabalíes del dinero. Cuando uno, Garzón, puede ser alguacilado, lo mejor que puede hacer es no ser alguacil. Por muy chulo que se sea.
Carlos Dávila.
Cada sumario de Garzón es como las añejas novelas del Oeste escritas por españoles (y no me refiero a las estupendas de Marroquí) que situaban el Cañón del Colorado en Texas y cifraban en San José, California, el nacimiento de Bufalo Bill. Aquellos opúsculos llenos de: “Saca, Joe”, hicieron en su momento más analfabetos históricos y geográficos en España que la LOGSE entera del pretencioso Maravall y sus secuaces. Para Garzón Miami es un Estado y Camps se viste en Milano, lo que es lo mismo que atribuir a Benidorm categoría de país independiente, y al tipo peor vestido de España, por ejemplo Miguel Sebastián, referencia de la moda nacional. Un sumario de Garzón es una bendición para un delincuente. Una vez, un sujeto “instruido” por el juez, gritaba, no muy lejos de él en la cervecería donde ambos se toman las cañas del aperitivo de esta manera: “¡Estoy salvado: me ha tocado Garzón!”.
Su torpeza, precipitación y sectarismo es similar a la del último Agüero ante la portería de Casillas. Ahora, el Supremo que está hasta las cejas de este cazador festivalero le ha puesto en manos del Consejo del Poder Judicial donde habita, por cierto su mejor amigo: un abogado, Gómez Benítez, cuya mejor virtud jurídica es bailar sevillanas con el juez, todavía, de la Audiencia Nacional. Gómez tendrá que ingeniárselas para salvar a su protector/protegido de la rabia que le tiene, sin ir más lejos, Margarita Robles, que se la tiene guardada desde los tiempos de GAL. En el peor de los casos, y si se demuestra que se embuchó los dólares sin declararlos al Consejo del Poder Judicial y, claro está a Hacienda, Garzón tiene los días contados en la Audiencia y esperamos que ante el Fisco, tan guardián siempre de la caza menor y no de los auténticos jabalíes del dinero. Cuando uno, Garzón, puede ser alguacilado, lo mejor que puede hacer es no ser alguacil. Por muy chulo que se sea.
Carlos Dávila.
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