DISOLVIENDO BANDERAS DE LA LEGION.
Era práctica habitual que el gobierno, con cada nuevo período legislativo, elaborara una Directiva de Defensa Nacional, preparada concienzudamente en el Ministerio de Defensa y firmada solemnemente por el Presidente del Gobierno. También que ese documento fuera público para mejor conocimiento de la sociedad española sobre su defensa.
El PSOE, hasta ahora, había respetado escrupulosamente esta tradición. José Bono tuvo su Directiva a finales de 2004 que Rodrigue Zapatero hizo suya, para ser exactos, el 30 de diciembre de ese mismo año.
Por su parte, la ministra Chacón anunció allá por junio, no sólo la elaboración de otra directiva ajustada al nuevo periodo, sino toda una estrategia de seguridad nacional. Es más, a finales de noviembre se plantó en el Congreso de Diputados para presentar las líneas maestras de la nueva directiva, por más que su firma no figure en el texto. Días más tarde, la llevó a la reunión del rimbombante Consejo de Defensa Nacional, órgano que apenas llega a cumplir funciones protocolarias ante su majestad el rey. Pero pasó el mes de diciembre, fechas en las que se solía aprobar y sacar a la luz, pasó enero y febrero y todavía por marzo la Directiva de Chacón sigue sin ver la luz. Si se ha aprobado, sigue secreta; y si no se ha aprobado quiere decir que nuestro ciclo de planeamiento militar, de la que depende, o va retrasado, o se mueve sin contar con las directrices que debían servirle de inspiración.
Es más que probable que como en nuestro país a nadie le interesa la defensa, esta anomalía pase sin pena ni gloria en la acción de control al gobierno. Carmen Chacón calificó esta nueva Directiva como “singular” y desde luego lo es, pero no por lo que pueda decir, sino porque no ha salido. ¿Se arrepiente la ministra o su presidente de perogrulladas tales como “el gobierno apoya que la OTAN cuente con la capacidad militar adecuada”? ¡Sólo faltaría que apoyase lo contrario, que no la tuviera! ¿O ya no se está tan orgulloso de que la principal aportación española al orden internacional sea “el equilibrio, el diálogo y la solidaridad”?
De la defensa depende en última instancia nuestra seguridad, sobre todo en un mundo que no sólo se ha vuelto más complejo, sino más inseguro. España, guste o no al gobierno, está empantanada como miembro de la OTAN en Afganistán y a pocas semanas de la cumbre de la Alianza no sabemos qué opciones se proponen desde Madrid para salir de aquel atolladero; nuestras tropas siguen en el Líbano, en la UNIFIL, esperando que resurja la violencia en aquella zona controlada por los extremistas de Hizbolá; y el futuro del Norte de África se complica por el crecimiento del fundamentalismo y la presencia de jihadistas activos.
Y la crisis amenaza con comerse la modernización de nuestras fuerzas armadas. ¿No sería bueno un documento que diera la orientación apropiada ante todo eso?
Era práctica habitual que el gobierno, con cada nuevo período legislativo, elaborara una Directiva de Defensa Nacional, preparada concienzudamente en el Ministerio de Defensa y firmada solemnemente por el Presidente del Gobierno. También que ese documento fuera público para mejor conocimiento de la sociedad española sobre su defensa.
El PSOE, hasta ahora, había respetado escrupulosamente esta tradición. José Bono tuvo su Directiva a finales de 2004 que Rodrigue Zapatero hizo suya, para ser exactos, el 30 de diciembre de ese mismo año.
Por su parte, la ministra Chacón anunció allá por junio, no sólo la elaboración de otra directiva ajustada al nuevo periodo, sino toda una estrategia de seguridad nacional. Es más, a finales de noviembre se plantó en el Congreso de Diputados para presentar las líneas maestras de la nueva directiva, por más que su firma no figure en el texto. Días más tarde, la llevó a la reunión del rimbombante Consejo de Defensa Nacional, órgano que apenas llega a cumplir funciones protocolarias ante su majestad el rey. Pero pasó el mes de diciembre, fechas en las que se solía aprobar y sacar a la luz, pasó enero y febrero y todavía por marzo la Directiva de Chacón sigue sin ver la luz. Si se ha aprobado, sigue secreta; y si no se ha aprobado quiere decir que nuestro ciclo de planeamiento militar, de la que depende, o va retrasado, o se mueve sin contar con las directrices que debían servirle de inspiración.
Es más que probable que como en nuestro país a nadie le interesa la defensa, esta anomalía pase sin pena ni gloria en la acción de control al gobierno. Carmen Chacón calificó esta nueva Directiva como “singular” y desde luego lo es, pero no por lo que pueda decir, sino porque no ha salido. ¿Se arrepiente la ministra o su presidente de perogrulladas tales como “el gobierno apoya que la OTAN cuente con la capacidad militar adecuada”? ¡Sólo faltaría que apoyase lo contrario, que no la tuviera! ¿O ya no se está tan orgulloso de que la principal aportación española al orden internacional sea “el equilibrio, el diálogo y la solidaridad”?
De la defensa depende en última instancia nuestra seguridad, sobre todo en un mundo que no sólo se ha vuelto más complejo, sino más inseguro. España, guste o no al gobierno, está empantanada como miembro de la OTAN en Afganistán y a pocas semanas de la cumbre de la Alianza no sabemos qué opciones se proponen desde Madrid para salir de aquel atolladero; nuestras tropas siguen en el Líbano, en la UNIFIL, esperando que resurja la violencia en aquella zona controlada por los extremistas de Hizbolá; y el futuro del Norte de África se complica por el crecimiento del fundamentalismo y la presencia de jihadistas activos.
Y la crisis amenaza con comerse la modernización de nuestras fuerzas armadas. ¿No sería bueno un documento que diera la orientación apropiada ante todo eso?
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