Los seres humanos, son gregarios por naturaleza. Se agrupan en “manadas” con cierta homogeneidad desde tiempos inmemoriales, seguramente desde que aparecieron como tales en la faz del Planeta. Hoy en día, se agrupan en comunidades, que suelen compartir valores y sentimientos y en urbes con características determinadas por razones de clima, situación o economía.
Las necesidades de organizarse y de protegerse, de ataques externos y desde el interior de la comunidad hacen que se doten de unas leyes que regulan el comportamiento humano. Estas leyes dependen de la concepción universal de cada comunidad. Las hay que creen que el ser humano es malo por naturaleza, depredador, violento y esas leyes tienden a proteger a los demás de las actuaciones desviadas. Aplican la pena de muerte, son partidarios de que se armen para actuar en defensa, aplican la Ley para todos con rigurosidad... Las hay que creen que (el ser humano) es bueno en absoluto y que la sociedad, que es mala, lo malea y lo hace que actúe erróneamente, por lo que su responsabilidad es cuestionable. De ahí que la leyes sean distintas y distantes y con finalidades diferentes. Desde castigar, disuadir al delincuente o a otros, y si cabe reinsertar, en ese orden, a reinsertar, no ejemplarizar y castigar lo mínimo, en este orden. Cuando las victimas de cualquier acontecimiento, ya sea accidental o provocado, intencionado o no, son menospreciadas, sus derechos pisoteados, y se las aparta por estorbar en los aconteceres políticos de los que quieren a toda costa mantenerse en el poder, la sociedad comunitaria, falla desde su base. Cuando los verdugos, los estafadores, los criminales y los inadaptados, son protegidos con desmesura excesiva, llegando a tener más derechos incluso que sus victimas, o que igualmente tuvieran, la sociedad enferma, el descrédito de las Instituciones se hace patente y la sociedad comunitaria busca soluciones fuera del marco legal. Estamos llegando a límites paroxísticos en la defensa de los derechos de los verdugos, simplemente porque nuestros dirigentes, son elegidos seguramente por esa especial intoxicación que padecen por acallar las realidades, nacida de infancias tortuosas, y de educación y cultura escasa, sesgada y tendenciosa, basadas en el odio y en el complejo, más que en el servicio y la sana competitividad unido a ganas de superación por el esfuerzo. Vivir donde se confunde la seguridad con el fascismo, la policía con la represión y donde el “buen terrorista, el buen ladrón, el buen asesino, el buen violador, el buen pedófilo o el buen menor asesino”, es la especie a proteger frente a los derechos de los ciudadanos que padecen, sufren y reciben las agresiones de los no disciplinados, enfermos o no, es absolutamente imposible. Como el mito del buen salvaje, la izquierda más tenebrosa, con la anuencia de la más ligera, y el aplauso de la retrogresía mundial, nos llevarán a la entrega a los verdugos, a la sumisión a sus dictados y al allanamiento ante sus pretensiones. A reflexionar.
Las necesidades de organizarse y de protegerse, de ataques externos y desde el interior de la comunidad hacen que se doten de unas leyes que regulan el comportamiento humano. Estas leyes dependen de la concepción universal de cada comunidad. Las hay que creen que el ser humano es malo por naturaleza, depredador, violento y esas leyes tienden a proteger a los demás de las actuaciones desviadas. Aplican la pena de muerte, son partidarios de que se armen para actuar en defensa, aplican la Ley para todos con rigurosidad... Las hay que creen que (el ser humano) es bueno en absoluto y que la sociedad, que es mala, lo malea y lo hace que actúe erróneamente, por lo que su responsabilidad es cuestionable. De ahí que la leyes sean distintas y distantes y con finalidades diferentes. Desde castigar, disuadir al delincuente o a otros, y si cabe reinsertar, en ese orden, a reinsertar, no ejemplarizar y castigar lo mínimo, en este orden. Cuando las victimas de cualquier acontecimiento, ya sea accidental o provocado, intencionado o no, son menospreciadas, sus derechos pisoteados, y se las aparta por estorbar en los aconteceres políticos de los que quieren a toda costa mantenerse en el poder, la sociedad comunitaria, falla desde su base. Cuando los verdugos, los estafadores, los criminales y los inadaptados, son protegidos con desmesura excesiva, llegando a tener más derechos incluso que sus victimas, o que igualmente tuvieran, la sociedad enferma, el descrédito de las Instituciones se hace patente y la sociedad comunitaria busca soluciones fuera del marco legal. Estamos llegando a límites paroxísticos en la defensa de los derechos de los verdugos, simplemente porque nuestros dirigentes, son elegidos seguramente por esa especial intoxicación que padecen por acallar las realidades, nacida de infancias tortuosas, y de educación y cultura escasa, sesgada y tendenciosa, basadas en el odio y en el complejo, más que en el servicio y la sana competitividad unido a ganas de superación por el esfuerzo. Vivir donde se confunde la seguridad con el fascismo, la policía con la represión y donde el “buen terrorista, el buen ladrón, el buen asesino, el buen violador, el buen pedófilo o el buen menor asesino”, es la especie a proteger frente a los derechos de los ciudadanos que padecen, sufren y reciben las agresiones de los no disciplinados, enfermos o no, es absolutamente imposible. Como el mito del buen salvaje, la izquierda más tenebrosa, con la anuencia de la más ligera, y el aplauso de la retrogresía mundial, nos llevarán a la entrega a los verdugos, a la sumisión a sus dictados y al allanamiento ante sus pretensiones. A reflexionar.
L. Soriano. sorlo@step.es
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