España está en Afganistán para compensar su retirada de Irak. Esa es la verdad por mucho que lo quiera disimular el actual gobierno. Rodríguez Zapatero nunca ha creído en la misión de las tropas españolas allí y sus ministros de defensa no han mostrado nunca una gran voluntad para explicarla.
Que no se hable, era la consigna. Aún peor, en términos operativos no se le ha prestado el apoyo necesario a nuestros militares para una misión cuyo objetivo último se desconoce.
El gobierno hizo pasar por el Congreso una resolución de apoyo a la reconstrucción, pero ni Bono ni su sucesor Alonso han dicho una palabra de cómo medir el éxito de esas tareas. Afganistán, desde luego, necesita infraestructuras, desde escuelas a prisiones, pasando por carreteras, pero también necesita procedimientos que afiancen su gobernabilidad, así como los mecanismos institucionales para reforzar a un gobierno central que nunca antes ha existido en ese país.
¿Cómo quiere el gobierno que nuestras tropas contribuyan a eso? El ministro Alonso quiere comparecer ahora para pedir el apoyo del Congreso de Diputados a un nuevo envío de 50 militares destinados al entrenamiento del ejército y la policía afganos. Una contribución mínima pero necesaria puesto que los afganos tendrán, algún día, que velar por su seguridad ellos mismos. Pero Alonso desconecta del todo las misiones de nuestras tropas del ambiente en el que se desenvuelven. El mismo dijo hace poco que Afganistán está en proceso de “iraquización”. De hecho, si no lo está más es gracias al esfuerzo de las tropas americanas, británicas, australianas y holandesas, entre otras, que están combatiendo a los talibán noche y día, lo que ha impedido la temida ofensiva e primavera.
Aún peor, en la OTAN se conoce a Alonso como “el sureño”, habida cuenta de los intentos de España de hacer frente común con Francia e Italia para criticar las acciones de combate de la operación antiterrorista Libertad Duradera. Algo que el propio Alonso debería explicar en su próxima comparecencia.
Holanda ha mostrado ya su indignación de que mientras sus soldados combaten y mueren, haya países con gobiernos como el nuestro que se niegan a apoyarles y que se escudan en que están allí solamente para la reconstrucción.
Creen que esa desidia e insolidaridad es lo mejor que se puede hacer para contribuir a esa “iraquización” que denuncian.
Sea como fuere, lo cierto es que nuestro presidente de gobierno le ha preguntado formalmente a su ministro de asuntos exteriores sobre cuáles serían las implicaciones de una retirada de Afganistán, porque por él se iría de allí en cuanto viese la oportunidad y le conviniese electoralmente.
No se si Alonso estará al corriente de los planes de su jefe, pero un ministro de defensa jamás debe olvidar que con los militares no se juega. Y menos alegremente.
No hay nada más doloroso que una guerra y tener que matar o morir por un capricho político es algo que no debería pedirse a ningún soldado.
Rafael L. Bardají.
Que no se hable, era la consigna. Aún peor, en términos operativos no se le ha prestado el apoyo necesario a nuestros militares para una misión cuyo objetivo último se desconoce.
El gobierno hizo pasar por el Congreso una resolución de apoyo a la reconstrucción, pero ni Bono ni su sucesor Alonso han dicho una palabra de cómo medir el éxito de esas tareas. Afganistán, desde luego, necesita infraestructuras, desde escuelas a prisiones, pasando por carreteras, pero también necesita procedimientos que afiancen su gobernabilidad, así como los mecanismos institucionales para reforzar a un gobierno central que nunca antes ha existido en ese país.
¿Cómo quiere el gobierno que nuestras tropas contribuyan a eso? El ministro Alonso quiere comparecer ahora para pedir el apoyo del Congreso de Diputados a un nuevo envío de 50 militares destinados al entrenamiento del ejército y la policía afganos. Una contribución mínima pero necesaria puesto que los afganos tendrán, algún día, que velar por su seguridad ellos mismos. Pero Alonso desconecta del todo las misiones de nuestras tropas del ambiente en el que se desenvuelven. El mismo dijo hace poco que Afganistán está en proceso de “iraquización”. De hecho, si no lo está más es gracias al esfuerzo de las tropas americanas, británicas, australianas y holandesas, entre otras, que están combatiendo a los talibán noche y día, lo que ha impedido la temida ofensiva e primavera.
Aún peor, en la OTAN se conoce a Alonso como “el sureño”, habida cuenta de los intentos de España de hacer frente común con Francia e Italia para criticar las acciones de combate de la operación antiterrorista Libertad Duradera. Algo que el propio Alonso debería explicar en su próxima comparecencia.
Holanda ha mostrado ya su indignación de que mientras sus soldados combaten y mueren, haya países con gobiernos como el nuestro que se niegan a apoyarles y que se escudan en que están allí solamente para la reconstrucción.
Creen que esa desidia e insolidaridad es lo mejor que se puede hacer para contribuir a esa “iraquización” que denuncian.
Sea como fuere, lo cierto es que nuestro presidente de gobierno le ha preguntado formalmente a su ministro de asuntos exteriores sobre cuáles serían las implicaciones de una retirada de Afganistán, porque por él se iría de allí en cuanto viese la oportunidad y le conviniese electoralmente.
No se si Alonso estará al corriente de los planes de su jefe, pero un ministro de defensa jamás debe olvidar que con los militares no se juega. Y menos alegremente.
No hay nada más doloroso que una guerra y tener que matar o morir por un capricho político es algo que no debería pedirse a ningún soldado.
Rafael L. Bardají.
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