Una de las principales armas de todo grupo terrorista desde que el crimen se convirtió en mercancía y se incorporó a la sociedad del espectáculo como un objeto más de consumo ha sido siempre la sobredosis. Y este mecanismo es muy posible que resulte definitivo en una hipotética victoria final de ETA frente a la sociedad española.El mecanismo de la sobredosis es fácilmente comprensible: consiste en ocupar contínuamente todas las portadas, primera planas y cabeceras de todo bicho informativo viviente en un proceso permanente sin pausa y sin tregua: incluso al escribir este articulillo yo mismo estoy colaborando en el proceso de sobredosis. Y el mecanismo opera en el receptor por simple hartazgo. Muchos son los ciudadanos que terminan chillándole a un simple transistor o arrojando el periódico a la papelera al grito unánime de ¡a la mierda!.
Y ese es el precisamente el efecto que se busca. Confieso que lo sentí tras las elecciones vascas de mayo de 2001, cuando Mayor Oreja y Redondo Terreros presentaron un frente unido constitucionalista que hubiera podido revertir la situación en el País Vasco y que se quedó a muy pocos votos de la victoria por un efecto perverso del que se vale todo nazismo para perpetuarse: el del enemigo imaginario. Y en aquél caso, el nazismo vasco alarmó a sus votantes mediante este subliminal mensaje: Mayor + Redondo = Franco = España. Y funcionó, algunos retrasados mentales, los suficientes, picaron el anzuelo y votaron al frente nacionalista, sumándose a esa mayoría que lo hace por convicción pero sobre todo por intereses.
Aquellos días sufrí tal decepción que el mecanismo de la sobredosis me invadió por completo: ¡¡que se vayan a la mierda, que se vayan al infierno, que desaparezcan de nuestras vidas y que nos dejen en paz de una puñetera vez!!... Es tan fácil, tan comprensible y tan humano reaccionar de esta forma ante el hartazgo insufrible que produce ver cómo un rebaño de borregos elige voluntariamente su esclavitud frente a su libertad, que el efecto de esta reacción es demoledor.
Y en eso andamos en España en muchos ámbitos de un modo generalizado: hay una inmensa mayoría de la población que está hasta los mismísimos de desayunarse todos y cada uno de los días de esta legislatura con que si ETA, si Otegui, si de Juana, si el proceso de pez, de paz o de poz y todas sus secuelas. Y la recuperación de este protagonismo por parte de ETA se debe única y exclusivamente al mesianismo de Zetapé, que únicamente tenía que haber seguido la política iniciada por el anterior gobierno y hubiera dado la puntilla a la banda en cuatro o cinco meses; lo que ninguno sabíamos entonces es que el infame ya había llegado a acuerdos con los criminales.
Y es aquí donde hay que denunciar la gran trampa de la estrategia de la sobredosis: es muy humana, comprensible y lógica una reacción de rechazo a ese zumbido contínuo que produce la permenente repetición de los mismos temas, pero ese rechazo es precisamente lo que busca el criminal etarra: que les mandemos al infierno, que deseemos librarnos de una vez para siempre de ellos, y para eso nada mejor que darles lo que quieren y acabar con su eterno ruido y zumbido mediático. ¿que quieren ser independientes con Navarra y un pedazo de Francia? ¡Pues que lo sean, se vayan al infierno y nos dejen en paz de una vez!
El problema de esa estrategia de la sobredosis es que junto a los terroristas se envía también al infierno a la mitad de los vascos que no quieren de ninguna manera semejante cosa, que llevan toda su vida resistiendo al terror, que han tenido que exiliarse de su tierra y buscan, como refugiados políticos, la forma de poder volver algún día a sus casas, y que han llegado a entregar su vida en los casos más extremos por defender esa libertad.
Y lo peor de todo: que también a los inanes asustadillos y cobardones que se esconden tras las faldas de los nacionalistas les aterra la independencia, pues esa posibilidad supondría que la bestia etarra se volvería automáticamente contra ellos, los "burgueses de la derecha reaccionaria", en busca de su paraíso bolchevique de caserío, dando así comienzo a una más que probable guerra civil en el recién nacido nuevo estado libre de Euskal Herría.
Es, por tanto, imprescindible aprender a reconocer el más que comprensible hartazgo como una de las estrategias de los terroristas, la de la sobredosis, que actúa como un potente desmovilizador social y desarma por completo y deja sin defensas a sociedades enteras, provocando de nuevo la entrega de las minorías disidentes y "racialmente impuras" a los campos de exterminio, con la consiguiente complicidad por omisión de los afectados por esa sobredosis. Que no nos metan "polvo manqui".
Campmany.
Y ese es el precisamente el efecto que se busca. Confieso que lo sentí tras las elecciones vascas de mayo de 2001, cuando Mayor Oreja y Redondo Terreros presentaron un frente unido constitucionalista que hubiera podido revertir la situación en el País Vasco y que se quedó a muy pocos votos de la victoria por un efecto perverso del que se vale todo nazismo para perpetuarse: el del enemigo imaginario. Y en aquél caso, el nazismo vasco alarmó a sus votantes mediante este subliminal mensaje: Mayor + Redondo = Franco = España. Y funcionó, algunos retrasados mentales, los suficientes, picaron el anzuelo y votaron al frente nacionalista, sumándose a esa mayoría que lo hace por convicción pero sobre todo por intereses.
Aquellos días sufrí tal decepción que el mecanismo de la sobredosis me invadió por completo: ¡¡que se vayan a la mierda, que se vayan al infierno, que desaparezcan de nuestras vidas y que nos dejen en paz de una puñetera vez!!... Es tan fácil, tan comprensible y tan humano reaccionar de esta forma ante el hartazgo insufrible que produce ver cómo un rebaño de borregos elige voluntariamente su esclavitud frente a su libertad, que el efecto de esta reacción es demoledor.
Y en eso andamos en España en muchos ámbitos de un modo generalizado: hay una inmensa mayoría de la población que está hasta los mismísimos de desayunarse todos y cada uno de los días de esta legislatura con que si ETA, si Otegui, si de Juana, si el proceso de pez, de paz o de poz y todas sus secuelas. Y la recuperación de este protagonismo por parte de ETA se debe única y exclusivamente al mesianismo de Zetapé, que únicamente tenía que haber seguido la política iniciada por el anterior gobierno y hubiera dado la puntilla a la banda en cuatro o cinco meses; lo que ninguno sabíamos entonces es que el infame ya había llegado a acuerdos con los criminales.
Y es aquí donde hay que denunciar la gran trampa de la estrategia de la sobredosis: es muy humana, comprensible y lógica una reacción de rechazo a ese zumbido contínuo que produce la permenente repetición de los mismos temas, pero ese rechazo es precisamente lo que busca el criminal etarra: que les mandemos al infierno, que deseemos librarnos de una vez para siempre de ellos, y para eso nada mejor que darles lo que quieren y acabar con su eterno ruido y zumbido mediático. ¿que quieren ser independientes con Navarra y un pedazo de Francia? ¡Pues que lo sean, se vayan al infierno y nos dejen en paz de una vez!
El problema de esa estrategia de la sobredosis es que junto a los terroristas se envía también al infierno a la mitad de los vascos que no quieren de ninguna manera semejante cosa, que llevan toda su vida resistiendo al terror, que han tenido que exiliarse de su tierra y buscan, como refugiados políticos, la forma de poder volver algún día a sus casas, y que han llegado a entregar su vida en los casos más extremos por defender esa libertad.
Y lo peor de todo: que también a los inanes asustadillos y cobardones que se esconden tras las faldas de los nacionalistas les aterra la independencia, pues esa posibilidad supondría que la bestia etarra se volvería automáticamente contra ellos, los "burgueses de la derecha reaccionaria", en busca de su paraíso bolchevique de caserío, dando así comienzo a una más que probable guerra civil en el recién nacido nuevo estado libre de Euskal Herría.
Es, por tanto, imprescindible aprender a reconocer el más que comprensible hartazgo como una de las estrategias de los terroristas, la de la sobredosis, que actúa como un potente desmovilizador social y desarma por completo y deja sin defensas a sociedades enteras, provocando de nuevo la entrega de las minorías disidentes y "racialmente impuras" a los campos de exterminio, con la consiguiente complicidad por omisión de los afectados por esa sobredosis. Que no nos metan "polvo manqui".
Campmany.
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