PÚBLICO IMPÚDICO.
Existen varias posiciones científicas en relación con el cambio climático. La primera, la de aquellos que lo niegan, que son pocos, porque la climatología se basa, de hecho, en la certeza de que el clima cambia. Cuestión distinta es que el clima cambie como para provocar un cataclismo de escala global: aquí los científicos ya empiezan a disentir, porque los datos que se recopilan son contradictorios, y si unos científicos dicen que el Polo se derrite, otros afirman que la capa de hielo aumenta. La tercera cuestión es aún más controvertida; ¿hasta qué punto es el hombre el causante del calentamiento? Aquí mientras unos lo afirman tajantemente, otros lo matizan, y un tercer grupo afirma que el hombre representa un factor pequeño o incluso insignificante en el proceso de calentamiento global. Proceso que mientras unos afirman que se produce aceleradamente, otros revelan que lo hace lentamente, e incluso hay quien con otros datos afirma que el planeta no se calienta.
Tenga quien tenga razón, que el debate científico está abierto es un hecho, una realidad incuestionable. Y no sólo es una realidad. Es bueno que así sea, porque el conocimiento científico progresa mediante el método acierto/error, mediante conjeturas, teorías y refutaciones. Quienes creemos en una sociedad libre y abierta también creemos en la necesidad de que los científicos tengan la oportunidad de discutir libremente sus teorías y descubrimientos, de presentarlas en sociedad, defenderlas y criticarlas.
Y este es el gran problema de la izquierda española: su incapacidad para respetar el debate, en este caso dentro de la comunidad científica. Como decíamos el otro día, el fundamentalismo ecológico ha asumido la teoría del cambio climático como una religión y busca herejes por cada esquina. Señala a los culpables y exige su expulsión del debate científico. Y ello con el argumento de que no se trata de unos culpables cualquiera, sino –como si de una película de James Bond se tratara– de perversos malvados que quieren destruir el mundo por poder y dinero. Petroleras, lobbys nucleares, neoliberales, empresas madereras se convierten en conspiradores en la sombra, que lo mismo manipulan gobiernos que medios de comunicación o think tanks. La imagen resulta ridícula, pero funciona represivamente. Aquel científico que desde datos meteorológicos distintos, o desde modelos de desarrollo climáticos diferentes, llega a la conclusión de que el clima no cambia tanto como la izquierda dice que cambia o no está relacionado como causa/efecto con el hombre, se le insulta, se le vitupera y se le persigue.
Por nuestra parte, en GEES estamos más que acostumbrados a que desde los medios de la izquierda se nos vitupere sin discutirnos ni leernos: periódicamente nos dedican informaciones en las que nos cuesta reconocernos, por la tergiversación y la salvaje manipulación a que someten nuestros textos. Hace unos días le ha tocado el turno al diario Público, que en su edición del 19 de marzo ejercía de faro del progresismo arremetiendo contra el GEES y sus colaboradores y analistas. En Público debieran hacer dos cosas; primero aprender a leer, y después aprender a escribir. Nosotros no afirmamos que el cambio climático sea un "camelamiento". El cambio climático puede ser un hecho o puede no serlo, puede ser mayor o menor, ahí está la discusión. Lo que es un camelamiento es el intento masivo de imponer como verdad suprema y evidente algo que no lo es, ocultando deliberadamente a los ciudadanos la existencia de informes y estudios que contradicen la cómoda verdad. Que es lo que hace Público de manera impúdica con sus lectores.
Por otro lado, nosotros no nos denominamos "Galileos de nuestro tiempo", sino que lo que hacemos es alertar de que algunos científicos sí lo son, con la diferencia de que la hoguera es ahora mediática y quienes le pegan fuego están, entre otros sitios, en La Sexta, Mediapro y Público, que son los que hacen que el doctrinario Al Gore inculque cómodamente en España su visión del asunto. Hoy en día, estudios rigurosos y serios se quedan sin financiación o sin cauces de expresión por esta ola de fundamentalismo ideológico-científico que los censura.
No negamos el cambio climático. Ni somos científicos ni aspiramos a serlo. Lo que negamos es que sea una teoría indiscutible, pocas teorías científicas lo son. Informamos, y lo seguiremos haciendo, de la existencia de informes y estudios al respecto. El debate nos interesa por las repercusiones políticas, estratégicas y sociológicas que tiene. Y la primera de ellas hace referencia a la libertad de expresión. El GEES defiende la libertad de los científicos para discutir sobre este tema, como defendemos la libertad para defender cualquier teoría e idea en cualquier ámbito de la sociedad española.
Razón por la cual alertamos de la extensión de un clima de intolerancia y de persecución hacia los científicos que disienten del dogma climático al uso, lo que hace peligrar el normal y lógico funcionamiento de la comunidad científica, sometida a tensiones intolerables que atentan contra el desarrollo y progreso de la ciencia. Clima de intolerancia intelectual y científica del que el diario Público no es el único pero sí uno de sus mayores y más impúdicos impulsores.
GEES.
Existen varias posiciones científicas en relación con el cambio climático. La primera, la de aquellos que lo niegan, que son pocos, porque la climatología se basa, de hecho, en la certeza de que el clima cambia. Cuestión distinta es que el clima cambie como para provocar un cataclismo de escala global: aquí los científicos ya empiezan a disentir, porque los datos que se recopilan son contradictorios, y si unos científicos dicen que el Polo se derrite, otros afirman que la capa de hielo aumenta. La tercera cuestión es aún más controvertida; ¿hasta qué punto es el hombre el causante del calentamiento? Aquí mientras unos lo afirman tajantemente, otros lo matizan, y un tercer grupo afirma que el hombre representa un factor pequeño o incluso insignificante en el proceso de calentamiento global. Proceso que mientras unos afirman que se produce aceleradamente, otros revelan que lo hace lentamente, e incluso hay quien con otros datos afirma que el planeta no se calienta.
Tenga quien tenga razón, que el debate científico está abierto es un hecho, una realidad incuestionable. Y no sólo es una realidad. Es bueno que así sea, porque el conocimiento científico progresa mediante el método acierto/error, mediante conjeturas, teorías y refutaciones. Quienes creemos en una sociedad libre y abierta también creemos en la necesidad de que los científicos tengan la oportunidad de discutir libremente sus teorías y descubrimientos, de presentarlas en sociedad, defenderlas y criticarlas.
Y este es el gran problema de la izquierda española: su incapacidad para respetar el debate, en este caso dentro de la comunidad científica. Como decíamos el otro día, el fundamentalismo ecológico ha asumido la teoría del cambio climático como una religión y busca herejes por cada esquina. Señala a los culpables y exige su expulsión del debate científico. Y ello con el argumento de que no se trata de unos culpables cualquiera, sino –como si de una película de James Bond se tratara– de perversos malvados que quieren destruir el mundo por poder y dinero. Petroleras, lobbys nucleares, neoliberales, empresas madereras se convierten en conspiradores en la sombra, que lo mismo manipulan gobiernos que medios de comunicación o think tanks. La imagen resulta ridícula, pero funciona represivamente. Aquel científico que desde datos meteorológicos distintos, o desde modelos de desarrollo climáticos diferentes, llega a la conclusión de que el clima no cambia tanto como la izquierda dice que cambia o no está relacionado como causa/efecto con el hombre, se le insulta, se le vitupera y se le persigue.
Por nuestra parte, en GEES estamos más que acostumbrados a que desde los medios de la izquierda se nos vitupere sin discutirnos ni leernos: periódicamente nos dedican informaciones en las que nos cuesta reconocernos, por la tergiversación y la salvaje manipulación a que someten nuestros textos. Hace unos días le ha tocado el turno al diario Público, que en su edición del 19 de marzo ejercía de faro del progresismo arremetiendo contra el GEES y sus colaboradores y analistas. En Público debieran hacer dos cosas; primero aprender a leer, y después aprender a escribir. Nosotros no afirmamos que el cambio climático sea un "camelamiento". El cambio climático puede ser un hecho o puede no serlo, puede ser mayor o menor, ahí está la discusión. Lo que es un camelamiento es el intento masivo de imponer como verdad suprema y evidente algo que no lo es, ocultando deliberadamente a los ciudadanos la existencia de informes y estudios que contradicen la cómoda verdad. Que es lo que hace Público de manera impúdica con sus lectores.
Por otro lado, nosotros no nos denominamos "Galileos de nuestro tiempo", sino que lo que hacemos es alertar de que algunos científicos sí lo son, con la diferencia de que la hoguera es ahora mediática y quienes le pegan fuego están, entre otros sitios, en La Sexta, Mediapro y Público, que son los que hacen que el doctrinario Al Gore inculque cómodamente en España su visión del asunto. Hoy en día, estudios rigurosos y serios se quedan sin financiación o sin cauces de expresión por esta ola de fundamentalismo ideológico-científico que los censura.
No negamos el cambio climático. Ni somos científicos ni aspiramos a serlo. Lo que negamos es que sea una teoría indiscutible, pocas teorías científicas lo son. Informamos, y lo seguiremos haciendo, de la existencia de informes y estudios al respecto. El debate nos interesa por las repercusiones políticas, estratégicas y sociológicas que tiene. Y la primera de ellas hace referencia a la libertad de expresión. El GEES defiende la libertad de los científicos para discutir sobre este tema, como defendemos la libertad para defender cualquier teoría e idea en cualquier ámbito de la sociedad española.
Razón por la cual alertamos de la extensión de un clima de intolerancia y de persecución hacia los científicos que disienten del dogma climático al uso, lo que hace peligrar el normal y lógico funcionamiento de la comunidad científica, sometida a tensiones intolerables que atentan contra el desarrollo y progreso de la ciencia. Clima de intolerancia intelectual y científica del que el diario Público no es el único pero sí uno de sus mayores y más impúdicos impulsores.
GEES.
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