lunes, 23 de marzo de 2009

EL GUIONISTA DEL CRIMEN DE MARTA.-

La niñatocracia de los confusamente confesos o confesamente confusos asesinos de Marta del Castillo, aparte de traer a España entera con el alma en un puño viendo la entereza y el dolor de un padre y una familia destrozada, nos tiene sumidos en la más compleja de las perplejidades. Esta niñatocracia es una inmensa metáfora donde unos desalmados primero meten al Estado hasta el corvejón en los lodos y fangos del Guadalquivir y luego se lo llevan a punta de capote hasta el basurero de Alcalá de Guadaira. Dicen que en ese vertedero tendrán que remover 45.000 toneladas de basura. Y eso que no han depositado allí los desperdicios de la Televisión Basura, que se ha hartado con este festival mediático del dolor, en el habitual y rentable tráfico de desgracias ajenas.
¿Cómo a estas alturas todo es confusión en torno a la autoría, las circunstancias, los escenarios, el móvil, las armas homicidas, incluso los tiempos horarios del crimen? La única conclusión que saco por el momento en claro es que ni Miguel, ni Samuel, ni El Cuco, ni el otro ni el de la moto son la de la ETA. Lo razono.
Los pistoleros de la ETA, fichados o por fichar, están todos preparados psíquicamente para resistir todo tipo de presiones en el caso en que sean detenidos. Son gente fuertemente ideologizada en la sinrazón del crimen como razón de vida, que creen que están salvando al mundo cuando le descerrajan dos tiros en la nuca a un padre de familia. Tienen toda una trama costosísima para ocultarse de la acción de la Policía, una red de ayuda, cientos de criminales cooperantes y asistentes. Bueno, ¿qué les voy a contar yo que ustedes no sepan acerca de la condición de los etarras y de su entorno?
A pesar de todos estos pesares, de lo entrenados que están para resistir los interrogatorios, de lo bestiajos que son, cuando la Policía detiene a una cuadrilla de pistoleros de la ETA, en dos días se sabe el arma que utilizaron, dónde robaron el coche de la matrícula falsa, dónde tenían el piso franco, dónde estaba el contacto de Hendaya, dónde tenían el zulo, qué armas y explosivos había en ese agujero, quién era la novia del cabecilla, dónde desayunaban, en qué supermercado compraban el chopepor, cómo se llaman sus cómplices, el nombre del primo del que le ha pasado la frontera y con qué grupo de «kale-borroka» empezaron a hacer bolos por el Norte. Vamos, por conocer, al instante sabe la Policía hasta la marca de los calzoncillos donde se defecan de miedo por las patas abajo cuando los detienen. Y eso que son los «gudaris» de la ETA, ¿eh?
Bueno, pues a esa misma Policía que consigue siempre eficazmente saberlo todo sobre los asesinos de la ETA, profesionales del crimen, licenciados en muerte, resulta que hace dos meses que me la tiene en jaque, pasándosela de pitón a pitón, esta pandilla de niñatos del crimen de Marta. Que si a las 3 de la mañana o que si a las 9 de la noche; que si en Camas o si en la Macarena; que si fue el menor o fue el mayor; que si la hija de su madre lo sabía o si la hija de su madre no lo sabía cuando fue de plató en plató; que si estaban drogados o no lo estaban; que si el río o el contenedor de basuras; que si el cenicero o que si el cable... Como La Parrala: que sí, que no, que no. Y por seguir con la copla, la verdad del cuento no la saben en este caso La Lirio y yo, sino que la desconoce hasta la puñetera madre que parió a La Lirio, y la que sigue moraíta de martirio es la verdad.
Aquí tiene que haber un guionista en la sombra.
No me creo que cuatro niñatos sanguinarios puedan tener en jaque al mismo Estado que logra siempre descubrir y desarticular las más complejas tramas de los perversos asesinos de la ETA. Anda que menudo Oscar al mejor guión le iba a dar yo a ese tío...
Antonio Burgos.

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