POR FAVOR ¡APRIÉTENLES LAS TUERCAS A LOS MULÁS!
El presidente Bush no se engañaba sobre la amenaza de que representaría un régimen islamista militante dotado con armas nucleares en Teherán. Pero durante sus dos mandatos en la Casa Blanca, no tomó ninguna medida seria para evitar que esta capacidad siguiera desarrollándose. El presidente Obama tampoco parece engañarse sobre el asunto. “Creo que es inaceptable que Irán desarrolle un arma nuclear” dijo durante su primera rueda de prensa después de las elecciones.
La respuesta inicial de la administración Obama fue buscar un “encuentro diplomático directo” con Irán. Pero según cuentan, la Secretaria de Estado Hillary Clinton, viajando por Oriente Medio esta semana, le dijo a un ministro árabe de Asuntos Exteriores que parece “ahora muy dudoso” que tal acercamiento tenga éxito. Hará falta presionar mucho para persuadir a los mulás regentes en Irán de que abandonen sus ambiciones nucleares – eso por no mencionar la ayuda que ellos brindan a grupos terroristas en el exterior y sus notorias violaciones de derechos humanos en el país.
Pero, aparte de una acción militar, ¿qué presión podría ejercer Obama a Irán? Podría cortarle el flujo de gasolina. De hecho es un planteamiento al que Obama ha expresado su apoyo al menos en 3 ocasiones. Obama manifestó durante un debate de la campaña electoral en octubre que “Si podemos evitar que importen la gasolina que necesitan, eso hará que empiecen a cambiar su análisis de costos y beneficios. Eso será comenzar a apretarles las tuercas”.
Irán es uno de los principales exportadores de petróleo del mundo pero no ha invertido mucho en refinerías de petróleo. Más bien se ha gastado su dinero en desarrollo nuclear. Por tanto, debe importar casi la mitad de la gasolina que consume. Sólo unas cuantas compañías han estado llenando sus tanques. La más importante de todas es Vitol, una empresa suiza.
El viernes pasado, un grupo bipartito de miembros de la Cámara de Representantes – Howard Berman, Brad Sherman, Ileana Ros-Lehtinen, Robert Wexler, Mark Kirk, Rob Andrews y Edward Royce – envió una carta al Secretario de Energía Steven Chu pidiendo que se reconsidere un contrato federal concedido a Vitol en enero, justo unos días antes de que la administración Bush dejara el gobierno.
Señalaban que Vitol tiene un historial accidentado, por ejemplo, la empresa se confesó culpable, en 2007, “de robo de mayor cuantía en una corte del Estado de Nueva York debido a sobornos pagados al gobierno iraquí” en el escándalo de Petróleo por Alimentos orquestado por Sadam Hussein. Escribían los congresistas ése podría ser “motivo suficiente para la pérdida de contratos federales”.
Orde Kittrie, un ex funcionario del Departamento de Estado y ahora distinguido miembro de la Fundación para la Defensa de las Democracias (el centro de investigación política que presido) apuntaba que hace unos días, el almirante Mike Mullen, jefe del estado mayor conjunto, anunciaba que Irán ha almacenado el suficiente combustible nuclear para hacer una bomba y que ya ha lanzado un satélite. “Estamos a cinco minutos de la medianoche en términos de oportunidades para detener a Irán y evitar que adquiera la capacidad de lanzar un misil dotado con armas nucleares” decía Kittrie. “Es el momento de hacer que Irán cambie su análisis de costos y beneficios, cortándole el suministro de gasolina importada. Un paso muy importante en esa dirección sería poner a Vitol en la encrucijada de venderle a Irán o a Estados Unidos”.
Por lo menos servirá para enviar un claro mensaje a los mulás: Que hay maneras no militares de causarles malestar – incluso sin la participación de la ONU y de gobiernos europeos. Una escasez de gasolina importada debilitaría aún más a la economía iraní que de por sí ya anda mal. Al verse ante esa perspectiva, los mulás que gobiernan ese país podrían preguntarse lo que siempre tienen en mente: “¿Qué protege mejor nuestro poder?”
Probablemente La respuesta sea no recordarles a los iraníes que, después de 30 años, la revolución islámica les ha traído privación económica y opresión política, pero no bastante gasolina para hacer funcionar sus automóviles.
Los que se oponen al uso de este poder económico plantean argumentos predecibles. Por ejemplo, Hossein Askari, iraní de esmerada educación británica, catedrático de la universidad de George Washington, afirma en el Harvard International Review que cortarle el flujo de gasolina a Irán “sería hacerle un gran favor al gobierno de Teherán”. ¿Usando qué acto de magia logra Askari transformar el dolor en placer? Él dice que el gobierno iraní respondería subiendo el precio de la gasolina que tiene. “El gobierno ha intentado por más de dos décadas eliminar el subsidio a la gasolina doméstica porque es un derroche” escribe él, “pero el miedo a una reacción violenta en el país ha impedido tomar ese camino. Si Estados Unidos intenta prohibir las importaciones iraniés de gasolina, el régimen culparía al “Gran Satán” al mismo tiempo que forzaría un ajuste generalizado”.
Pero como el catedrático debe saber a estas alturas, los mulás han culpado siempre a Estados Unidos de todos los males iraníes. Cada vez menos iraníes parecen dispuestos a creérselo. Stuart Levey, vicesecretario del Departamento del Tesoro para asuntos de terrorismo e inteligencia financiera en las administraciones Bush y Obama, ha persuadido a más de 80 bancos internacionales para que no hagan negocios con Irán. Esto ha exacerbado las dificultades económicas de Irán, pero la mayoría de iraníes parece saber quién tiene la culpa. En noviembre de 2008, un grupo de 60 economistas iraníes fueron valientes al denunciar públicamente la política exterior de Mahmud Ahmadineyad de “crear tensión”, señalando que su planteamiento “ha espantado la inversión extranjera y ha infligido grandes daños a la economía”.
Y en el pasado, cuando ha habido poco suministro de gasolina, se han visto enfrentamientos en las calles de Irán y la rabia se ha intensificado contra los teócratas que se han establecido como la élite rica y permanente del país.
Tampoco se debe olvidar que Askari está a favor del “derecho legal de Irán a enriquecer uranio y desarrollar reactores de agua pesada”. Él ha insistido en que no es Irán el que amenaza a Israel – sino que Israel es el que “amenaza abiertamente a Irán”. Escribía que eso, unido a la hostilidad americana, ha provocado que Irán se “sienta inseguro, discriminado y acosado”. Por tanto, si los mulás buscan armas nucleares, es “para desarrollar un elemento disuasorio en caso de amenaza inminente”.
Los mulás islamistas militantes de Irán han clamado “¡Muerte a América!” durante 3 décadas. Han ordenado la matanza de soldados americanos en Beirut, en las torres Jobar en Arabia Saudí y en territorio iraquí. Han suministrando armas avanzadas a los talibanes en Afganistán. Han hecho de Siria un estado clientelar y utilizan a Hizbolá y a Hamás como subsidiarias de terrorismo. Aquellos que persisten en pintarlos como víctimas que necesitan armas nucleares para “disuadir” tienen derecho a su propia opinión. Pero no tienen ningún derecho a que se les tome en serio – y nadie con conocimiento de lo que está sucediendo ahora en el mundo debería hacerlo.
Clifford D. May, antiguo corresponsal extranjero del New York Times, es el presidente de la Fundación por la Defensa de las Democracias. También preside el Subcomité del Committee on the Present Danger.
©2009 Scripps Howard News Service. ©2009 Traducido por Miryam Lindberg.
El presidente Bush no se engañaba sobre la amenaza de que representaría un régimen islamista militante dotado con armas nucleares en Teherán. Pero durante sus dos mandatos en la Casa Blanca, no tomó ninguna medida seria para evitar que esta capacidad siguiera desarrollándose. El presidente Obama tampoco parece engañarse sobre el asunto. “Creo que es inaceptable que Irán desarrolle un arma nuclear” dijo durante su primera rueda de prensa después de las elecciones.
La respuesta inicial de la administración Obama fue buscar un “encuentro diplomático directo” con Irán. Pero según cuentan, la Secretaria de Estado Hillary Clinton, viajando por Oriente Medio esta semana, le dijo a un ministro árabe de Asuntos Exteriores que parece “ahora muy dudoso” que tal acercamiento tenga éxito. Hará falta presionar mucho para persuadir a los mulás regentes en Irán de que abandonen sus ambiciones nucleares – eso por no mencionar la ayuda que ellos brindan a grupos terroristas en el exterior y sus notorias violaciones de derechos humanos en el país.
Pero, aparte de una acción militar, ¿qué presión podría ejercer Obama a Irán? Podría cortarle el flujo de gasolina. De hecho es un planteamiento al que Obama ha expresado su apoyo al menos en 3 ocasiones. Obama manifestó durante un debate de la campaña electoral en octubre que “Si podemos evitar que importen la gasolina que necesitan, eso hará que empiecen a cambiar su análisis de costos y beneficios. Eso será comenzar a apretarles las tuercas”.
Irán es uno de los principales exportadores de petróleo del mundo pero no ha invertido mucho en refinerías de petróleo. Más bien se ha gastado su dinero en desarrollo nuclear. Por tanto, debe importar casi la mitad de la gasolina que consume. Sólo unas cuantas compañías han estado llenando sus tanques. La más importante de todas es Vitol, una empresa suiza.
El viernes pasado, un grupo bipartito de miembros de la Cámara de Representantes – Howard Berman, Brad Sherman, Ileana Ros-Lehtinen, Robert Wexler, Mark Kirk, Rob Andrews y Edward Royce – envió una carta al Secretario de Energía Steven Chu pidiendo que se reconsidere un contrato federal concedido a Vitol en enero, justo unos días antes de que la administración Bush dejara el gobierno.
Señalaban que Vitol tiene un historial accidentado, por ejemplo, la empresa se confesó culpable, en 2007, “de robo de mayor cuantía en una corte del Estado de Nueva York debido a sobornos pagados al gobierno iraquí” en el escándalo de Petróleo por Alimentos orquestado por Sadam Hussein. Escribían los congresistas ése podría ser “motivo suficiente para la pérdida de contratos federales”.
Orde Kittrie, un ex funcionario del Departamento de Estado y ahora distinguido miembro de la Fundación para la Defensa de las Democracias (el centro de investigación política que presido) apuntaba que hace unos días, el almirante Mike Mullen, jefe del estado mayor conjunto, anunciaba que Irán ha almacenado el suficiente combustible nuclear para hacer una bomba y que ya ha lanzado un satélite. “Estamos a cinco minutos de la medianoche en términos de oportunidades para detener a Irán y evitar que adquiera la capacidad de lanzar un misil dotado con armas nucleares” decía Kittrie. “Es el momento de hacer que Irán cambie su análisis de costos y beneficios, cortándole el suministro de gasolina importada. Un paso muy importante en esa dirección sería poner a Vitol en la encrucijada de venderle a Irán o a Estados Unidos”.
Por lo menos servirá para enviar un claro mensaje a los mulás: Que hay maneras no militares de causarles malestar – incluso sin la participación de la ONU y de gobiernos europeos. Una escasez de gasolina importada debilitaría aún más a la economía iraní que de por sí ya anda mal. Al verse ante esa perspectiva, los mulás que gobiernan ese país podrían preguntarse lo que siempre tienen en mente: “¿Qué protege mejor nuestro poder?”
Probablemente La respuesta sea no recordarles a los iraníes que, después de 30 años, la revolución islámica les ha traído privación económica y opresión política, pero no bastante gasolina para hacer funcionar sus automóviles.
Los que se oponen al uso de este poder económico plantean argumentos predecibles. Por ejemplo, Hossein Askari, iraní de esmerada educación británica, catedrático de la universidad de George Washington, afirma en el Harvard International Review que cortarle el flujo de gasolina a Irán “sería hacerle un gran favor al gobierno de Teherán”. ¿Usando qué acto de magia logra Askari transformar el dolor en placer? Él dice que el gobierno iraní respondería subiendo el precio de la gasolina que tiene. “El gobierno ha intentado por más de dos décadas eliminar el subsidio a la gasolina doméstica porque es un derroche” escribe él, “pero el miedo a una reacción violenta en el país ha impedido tomar ese camino. Si Estados Unidos intenta prohibir las importaciones iraniés de gasolina, el régimen culparía al “Gran Satán” al mismo tiempo que forzaría un ajuste generalizado”.
Pero como el catedrático debe saber a estas alturas, los mulás han culpado siempre a Estados Unidos de todos los males iraníes. Cada vez menos iraníes parecen dispuestos a creérselo. Stuart Levey, vicesecretario del Departamento del Tesoro para asuntos de terrorismo e inteligencia financiera en las administraciones Bush y Obama, ha persuadido a más de 80 bancos internacionales para que no hagan negocios con Irán. Esto ha exacerbado las dificultades económicas de Irán, pero la mayoría de iraníes parece saber quién tiene la culpa. En noviembre de 2008, un grupo de 60 economistas iraníes fueron valientes al denunciar públicamente la política exterior de Mahmud Ahmadineyad de “crear tensión”, señalando que su planteamiento “ha espantado la inversión extranjera y ha infligido grandes daños a la economía”.
Y en el pasado, cuando ha habido poco suministro de gasolina, se han visto enfrentamientos en las calles de Irán y la rabia se ha intensificado contra los teócratas que se han establecido como la élite rica y permanente del país.
Tampoco se debe olvidar que Askari está a favor del “derecho legal de Irán a enriquecer uranio y desarrollar reactores de agua pesada”. Él ha insistido en que no es Irán el que amenaza a Israel – sino que Israel es el que “amenaza abiertamente a Irán”. Escribía que eso, unido a la hostilidad americana, ha provocado que Irán se “sienta inseguro, discriminado y acosado”. Por tanto, si los mulás buscan armas nucleares, es “para desarrollar un elemento disuasorio en caso de amenaza inminente”.
Los mulás islamistas militantes de Irán han clamado “¡Muerte a América!” durante 3 décadas. Han ordenado la matanza de soldados americanos en Beirut, en las torres Jobar en Arabia Saudí y en territorio iraquí. Han suministrando armas avanzadas a los talibanes en Afganistán. Han hecho de Siria un estado clientelar y utilizan a Hizbolá y a Hamás como subsidiarias de terrorismo. Aquellos que persisten en pintarlos como víctimas que necesitan armas nucleares para “disuadir” tienen derecho a su propia opinión. Pero no tienen ningún derecho a que se les tome en serio – y nadie con conocimiento de lo que está sucediendo ahora en el mundo debería hacerlo.
Clifford D. May, antiguo corresponsal extranjero del New York Times, es el presidente de la Fundación por la Defensa de las Democracias. También preside el Subcomité del Committee on the Present Danger.
©2009 Scripps Howard News Service. ©2009 Traducido por Miryam Lindberg.
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