LO MEJOR QUE LO PIERDA.
Con las tormentas financieras del otoño, los grandes del mundo más Zapatero se reunieron en el G20. Ante el alborozo general y pasadas las fiebres de la reconstrucción del capitalismo, acordaron poca cosa, pero dijeron que una era esencial y que de ella no se desviarían: no habría proteccionismo. El comunicado de la cumbre del 15 de noviembre de 2008, dice así: "Subrayamos la importancia crítica de rechazar el proteccionismo y de no girarnos hacia nosotros mismos en tiempos de incertidumbre financiera".
Desde entonces, al grito de guerra "hay que actuar y hay que hacerlo ahora", la mayoría de las naciones civilizadas, y las que vamos dejando de serlo, han puesto en marcha un programa mercantilista que haría ruborizarse a Colbert, el precursor del invento. Por de pronto, no hay banco occidental que no haya incluido en sus cuentas de ingresos partidas de dinero público en los últimos meses. Bien es cierto que no es lo mismo la entrega sin condiciones de la cartera de los contribuyentes que se ha hecho en España al préstamo con interés que ha hecho Francia. En ello hemos demostrado que podemos ser aún más estatistas que los franceses, pero eso sí sin obtener contrapartida alguna para quien hace el esfuerzo económico. Faltaría más.
Además de lo anterior han florecido los planes de estímulo porque nadie va a ser más papista que el Papa, y como los Estados Unidos han echado las piernas por alto no se ve razón para que los que tradicionalmente son menos dinámicos y menos confiados en la economía de mercado sean más ortodoxos que los americanos. Comenzaron por ayudar a dos de las tras grandes compañías automovilísticas y han terminado por repartir una barbaridad de dinero entre diversos grupos de presión, empresas cercanas al poder y alguna que otra infraestructura. En la UE parecía que la vigencia de los tratados comunitarios que tienen como esencia el mercado único y la prohibición de las ayudas de Estado salvo en concretas circunstancias iba a impedir la marea. Pero no. Hete aquí que Sarkozy va a entregar préstamos notables a las empresas que fabrican los coches franceses, a cambio de que no se lleven las plantas a la República Checa que, casualidades de la vida, resulta que preside este semestre la UE. La Europa rica no contenta con dejar esperar largo tiempo a la del Este antes de integrarla y de arreglárselas para pagar menos a los funcionarios UE que proceden del otro lado del antiguo telón de acero, se dedica ahora a aplicar las reglas básicas de la Unión de aquella manera, no se vayan a creer que son miembros de pleno derecho.
En este contexto se convocan dos cumbres de la UE adicionales para tratar el asunto en marzo y mayo. Pero es irrelevante firmar comunicados y hasta tratados si no se tiene la más mínima intención de cumplirlos cuando no conviene.
Ya está bien de declarar, como han hecho virtualmente todos que no se iban a privilegiar aproximaciones demagógicas, populistas o ideológicas, sino que se iba a actuar de acuerdo con criterios prácticos que son los que funcionan. Es mentira. Se está poniendo en marcha no el keynesianismo, sino el colbertismo. Ya es más que hora de que alguien diga cuatro verdades imprescindibles sobre lo que funciona, en lugar de dedicarse a satisfacer a los grupos con intereses creados y a decir dulzuras al oído del contribuyente esperando que sus descendientes paguen la factura. Uno: Hay que reducir impuestos que promocionen el ahorro, la inversión, la creación de empresas y de empleos. Dos. Hay que suprimir costes innecesarios de la economía, no siendo el menor el que afecta a la generación de energía, por ejemplo nuclear. Tres. Hay que controlar – o sea, reducir – el gasto público. Cuatro. Aunque en esto el BCE ha actuado mejor que la Reserva Federal americana, la política monetaria debe ser de control de la inflación, que hoy puede encontrarse moderada artificialmente pero que debido a las onerosas inyecciones de dinero público preparan un entorno futuro de dos dígitos en cuanto al incremento de los precios.
Por desgracia, la situación de desesperación y depresión que se advierte en la ciudadanía europea, y en especial española, procede de la insistencia de los gobernantes en el error mientras se advierte ya la catástrofe de las medidas emprendidas. Por eso, no viene mal resucitar las cada vez más preclaras palabras del gran optimista que fue Ronald Reagan adaptadas al momento presente: "Recesión es cuando tu vecino pierde el empleo, depresión es cuando tú pierdes el empleo y recuperación es cuando Zapatero pierde el suyo". El que miente y no sabe, que no insista por favor, que se largue.
GEES. LIBERTAD DIGITAL
Con las tormentas financieras del otoño, los grandes del mundo más Zapatero se reunieron en el G20. Ante el alborozo general y pasadas las fiebres de la reconstrucción del capitalismo, acordaron poca cosa, pero dijeron que una era esencial y que de ella no se desviarían: no habría proteccionismo. El comunicado de la cumbre del 15 de noviembre de 2008, dice así: "Subrayamos la importancia crítica de rechazar el proteccionismo y de no girarnos hacia nosotros mismos en tiempos de incertidumbre financiera".
Desde entonces, al grito de guerra "hay que actuar y hay que hacerlo ahora", la mayoría de las naciones civilizadas, y las que vamos dejando de serlo, han puesto en marcha un programa mercantilista que haría ruborizarse a Colbert, el precursor del invento. Por de pronto, no hay banco occidental que no haya incluido en sus cuentas de ingresos partidas de dinero público en los últimos meses. Bien es cierto que no es lo mismo la entrega sin condiciones de la cartera de los contribuyentes que se ha hecho en España al préstamo con interés que ha hecho Francia. En ello hemos demostrado que podemos ser aún más estatistas que los franceses, pero eso sí sin obtener contrapartida alguna para quien hace el esfuerzo económico. Faltaría más.
Además de lo anterior han florecido los planes de estímulo porque nadie va a ser más papista que el Papa, y como los Estados Unidos han echado las piernas por alto no se ve razón para que los que tradicionalmente son menos dinámicos y menos confiados en la economía de mercado sean más ortodoxos que los americanos. Comenzaron por ayudar a dos de las tras grandes compañías automovilísticas y han terminado por repartir una barbaridad de dinero entre diversos grupos de presión, empresas cercanas al poder y alguna que otra infraestructura. En la UE parecía que la vigencia de los tratados comunitarios que tienen como esencia el mercado único y la prohibición de las ayudas de Estado salvo en concretas circunstancias iba a impedir la marea. Pero no. Hete aquí que Sarkozy va a entregar préstamos notables a las empresas que fabrican los coches franceses, a cambio de que no se lleven las plantas a la República Checa que, casualidades de la vida, resulta que preside este semestre la UE. La Europa rica no contenta con dejar esperar largo tiempo a la del Este antes de integrarla y de arreglárselas para pagar menos a los funcionarios UE que proceden del otro lado del antiguo telón de acero, se dedica ahora a aplicar las reglas básicas de la Unión de aquella manera, no se vayan a creer que son miembros de pleno derecho.
En este contexto se convocan dos cumbres de la UE adicionales para tratar el asunto en marzo y mayo. Pero es irrelevante firmar comunicados y hasta tratados si no se tiene la más mínima intención de cumplirlos cuando no conviene.
Ya está bien de declarar, como han hecho virtualmente todos que no se iban a privilegiar aproximaciones demagógicas, populistas o ideológicas, sino que se iba a actuar de acuerdo con criterios prácticos que son los que funcionan. Es mentira. Se está poniendo en marcha no el keynesianismo, sino el colbertismo. Ya es más que hora de que alguien diga cuatro verdades imprescindibles sobre lo que funciona, en lugar de dedicarse a satisfacer a los grupos con intereses creados y a decir dulzuras al oído del contribuyente esperando que sus descendientes paguen la factura. Uno: Hay que reducir impuestos que promocionen el ahorro, la inversión, la creación de empresas y de empleos. Dos. Hay que suprimir costes innecesarios de la economía, no siendo el menor el que afecta a la generación de energía, por ejemplo nuclear. Tres. Hay que controlar – o sea, reducir – el gasto público. Cuatro. Aunque en esto el BCE ha actuado mejor que la Reserva Federal americana, la política monetaria debe ser de control de la inflación, que hoy puede encontrarse moderada artificialmente pero que debido a las onerosas inyecciones de dinero público preparan un entorno futuro de dos dígitos en cuanto al incremento de los precios.
Por desgracia, la situación de desesperación y depresión que se advierte en la ciudadanía europea, y en especial española, procede de la insistencia de los gobernantes en el error mientras se advierte ya la catástrofe de las medidas emprendidas. Por eso, no viene mal resucitar las cada vez más preclaras palabras del gran optimista que fue Ronald Reagan adaptadas al momento presente: "Recesión es cuando tu vecino pierde el empleo, depresión es cuando tú pierdes el empleo y recuperación es cuando Zapatero pierde el suyo". El que miente y no sabe, que no insista por favor, que se largue.
GEES. LIBERTAD DIGITAL
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