viernes, 13 de febrero de 2009

LA MENTIRA COMO HERRAMIENTA POLÍTICA.-

Hay demasiados en cuyas acciones políticas lo que domina, y a través de la cual toman esta o aquella decisión, es la mentira. La mentira ha sido el móvil que se ha introducido en la conciencia de las gentes a través de diferentes artificios inducidos a conducir voluntades y adquirir servilismos.
No tenemos más que recordar al ínclito mandatario de los EEUU, Bush, cuando nos mete en una guerra porque decía que el sanguinario de Irak tenía dentro de su territorio armas de destrucción masiva, y como era un enemigo para la civilización occidental había que acabar con él. Y ya hemos visto que de eso nada. La cuestión iba y va por otro lado.
O también cuando el Gobierno de Felipe González se desgañitó alardeando de que España no entraría en la OTAN y que se defendería su neutralidad a toda costa. Pues lo mismo. Se cambió en un momento determinado el eslogan y el esquema y se dio vuelta a la tortilla. Y si recordamos el GAL, entonces es para echarse a temblar por el cúmulo de mentiras que circuló y circula aún a su alrededor.
Durante el actual Gobierno de Rodríguez Zapatero, en muchas de sus acciones la mentira es dominante y nunca como antes en determinadas cuestiones se ha mentido tanto, haciendo del embuste una verdadera plataforma de poder. Y es que hay muchos que se creen a pie juntillas lo que dicen. Si nos largan que llegaremos en tal o cual fecha al pleno empleo y ésta llega y sigue de largo, qué importa. Si se dice que el Estado español está a la cabeza de la productividad europea y la realidad pone de manifiesto que es la cola la que lo ampara y que compromete su pervivencia dentro de la UE, no pasa nada. Lo que se dijo con anterioridad queda para otra ocasión. Los casi 4 millones de parados es una broma de mal gusto que se arreglará a la vuelta de la esquina. Decir por decir es fácil, adaptar la palabra a la evidencia es más complicado, cuando no una ligereza amparada en el embuste y la patraña.
Ejemplos, como se ve, muchos, y hay otros. Ahora parece que en algunas instituciones se van a desarrollar "gobiernos de concentración" como única medida para luchar en contra de la crisis y entre todos capear el temporal. Esto, visto así, de pronto no parece que sea mal asunto. Eso sí, siempre y cuando circulen por los entresijos de ese gobierno aquellos que estén exentos de mácula en política y que hayan demostrado coherencia dentro del desenvolvimiento de su actividad política.
Pero si en la concurrencia de esa gobernabilidad virtual se sitúan algunos que han transitado con la coraza de la mentira, tomándola como protagonista, creyéndose además que sus mentiras son las mejores de las verdades, asumiendo que el resto se chupa el dedo, los convencimientos que se pretendan poner en juego pudieran dar al traste con cualquier acción política que se quiera amarrar, y entonces será peor el remedio que la enfermedad.
En estos momentos cruciales, cuando se habla de la ética, de su rescate para propiciar la honestidad, que es la que ha faltado en el desaguisado y descalabro producido en el gobierno del mundo financiero y monetarista, hay que repensar las cuestiones desde ese punto de vista.
Si la ética hubiese sido la protagonista, hoy estaríamos hablando de otra cosa. Por eso, de cualquier proyecto que no destierre de su alrededor conductas ya más que vistas y revistas, por deplorables, lo que se podrá obtener a cambio será pura fanfarria y llevarse un dinerito para casa y alguna que otra prebenda política, que es lo que interesa. El resto es literatura. Puro embuste.
Desterrar la mentira como herramienta que se prodiga para obtener resultados satisfactorios, pero que más tarde se vuelven en contra, es una tarea prioritaria que debe instalarse en política. Alejar de su entorno a los que se arropan en la mentira para obtener sus propios beneficios o apuntalar su poder debe ser un trabajo que, una vez introducido en la conciencia de los que toman decisiones, debe aflorar, tenerse en cuenta y no echarlo en saco roto. Porque de no ser así vendrán las lamentaciones y el desbarajuste al no haber hecho las cosas desde la realidad, con la mirada limpia y sin resabios de viejas historias amparadas en la mentira.
EN EL CAMINO DE LA HISTORIA, JUAN JESÚS AYALA.

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