domingo, 11 de enero de 2009

MAHMUD ABBAS: HASTA EL, LO RECONOCE.-

ISRAEL Y PALESTINA QUIEREN LO MISMO: JERUSALÉN.
Señor presidente...
Le ha echado usted un par de dídimos a su declaración reveladora: «Hamás es responsable sustancial de lo que está ocurriendo en Gaza». Tal vez después de escuchar las enseñanzas de Zapatero habrá cambiado dócilmente de opinión, que el faro de la Alianza de las Civilizaciones irradia luz cegadora. Pero la verdad es que disparar todos los días durante varios años misiles y proyectiles contra territorio israelí sólo podía derivar en una respuesta militar del Estado judío. Respuesta desproporcionada desde el punto de vista de la opinión internacional. No así desde la posición israelí que ha considerado imprescindible dar una lección al terrorismo.
Son muchos los países democráticos que comparten su posición moderada, señor presidente, para solucionar la situación en Oriente Medio. La fórmula es el reconocimiento internacional de dos Estados -Israel y Palestina- con sus fronteras nítidamente establecidas. Eso supone salvar el escollo de que todo el mundo islámico reconozca al Estado de Israel, en lugar de que periódicamente algunos amenacen a la comunidad judía con arrojarla al mar. Ahmadineyad ha sido el último mandatario islámico que ha vociferado por la destrucción total de Israel.
El camino de la moderación por el que usted transita lúcidamente es el adecuado para negociar el acuerdo y evitar la atrocidad de la guerra. El terrorismo de Hamás es justo lo contrario de lo que se debe hacer. Hay, sin embargo, un escollo al que no veo solución: Jerusalén. Yasser Arafat me dijo en Oviedo, cuando recibió el Premio Príncipe de Asturias en compañía de Isaac Rabin, que Jerusalén era irrenunciable para los palestinos. También lo es para Israel. Desde la diáspora hace dos mil años, los hebreos rezan todos los días la misma oración: «Ay, Jerusalén, Jerusalén, si me olvidara de ti quede a olvido mi mano derecha. Ay, Jerusalén, Jerusalén, si me olvidara de ti, quede mi lengua pegada al paladar».En mi primer viaje a Tierra Santa en 1963, como enviado especial del ABC verdadero al viaje de Pablo VI, conocí el Jerusalén dividido en dos. El muro de Saladino era la frontera entre las dos ciudades. Yo no veo cómo se puede reconstruir una situación igual. Israel ha instalado su capital en Jerusalén y sólo la fuerza de las armas podría imponerle renunciar a la Ciudad Santa o a parte de ella. Más bien creo que sería más fácil la renuncia de Palestina, a cambio de su reconocimiento como Estado independiente.
Jerusalén es ciudad santa para los cristianos, los hebreos y los musulmanes. Fue la Salem de los sacerdotes, después israelita, hija de David. Dio con la tierra de sus entrañas cimiento seguro al templo de Salomón, que guardaba las tablas de la Ley y olía a las maderas de cedro del rey de Tiros. Fue Jerusalén hermosa como las tiendas de Cedar. La destruyeron los babilonios de Nabucodonosor y se hizo griega y macedonia con el fugaz imperio de Alejandro. Vivió dulce y encantadora primero, terrible después, como un Ejército en orden de batalla, el dominio de aqueménidas y persas.Se hizo lágida y seleúcida y sintió el estremecimiento del templo profanado por Antíoco Epifanes. Conoció la altivez macabea y la humillación romana de Pompeyo. La engrandeció Herodes el Magno y la destruyó Tito el año 70, pero los judíos salvaron el candelabro de los siete brazos. ¡Jerusalén, «Colonia Aelia Capitolina» en honor de Júpiter! Luego cristiana con Constantino, joya del imperio, lugar de peregrinaciones, musulmana al fin, tierra de cruzadas.Jerusalén liberada, la del fervor de Tasso. De ella se enamoró Saladino y elevó su rango. La conquistó Godofredo de Bouillon y la hizo cabeza de una Monarquía. ¡Reino cristiano de Jerusalén, cuya titularidad ostenta el Rey de España! Desde 1516 fue otomana y oprimida, británica en 1917, árabe y judía, otra vez, hebrea sólo en la actualidad.
Los judíos han renunciado a reconstruir el Templo de Salomón, como era su obligación, porque eso encendería la guerra santa.Sobre sus ruinas se alzan dos mezquitas sagradas de los musulmanes.Pero la actual generación hebrea no renunciará a la Jerusalén recobrada. Ese es el problema cardinal.
Seguramente, señor presidente, al estrechar la mano de Juan Carlos I no pensó usted que, entre sus títulos históricos, el Monarca español ostenta el de Rey de Jerusalén. ¡Cuántas, cuántas vueltas da la Historia! En el palacio presidencial de Jerusalén me dijo un día Isaac Navon que la historia de los conflictos en Oriente Medio no se terminará de escribir nunca.
L. M. Anson.

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