El RCNGC, ha tenido épocas de inmensa gloria, náutica y social, y siempre, siempre, ha marcado una pauta en el discurrir de la vida en Gran Canaria, influyendo, de una manera u otra en los aconteceres de la redonda Tamarán. Sus primeros cien años de éxito marcarán altas metas para los siguientes centenarios.
En lo que a mi respecta, el “Club”, estaba en el momento adecuado, en la época adecuada. Mi llegada al Club, de la mano de mi esforzado padre, que a base de una capacidad de trabajo extraordinaria, se aupó a Numerario, se produce cuando se inaugura la “Boite” del Náutico. Reconozco el privilegio, pero créanme, lo ganó el “antécesor” a pulso y no puedo menos que agradecerlo y valorarlo pero no , nunca avergonzarme.
Éramos Yolistas, remeros, 4 con timonel, y Banyoles era nuestro objetivo. Pero nos aburríamos como hongos comestibles. Necesitábamos acción.
Para nosotros, que andábamos algo perdidos en esas peligrosas calles del barrio del puerto de Las Palmas y Playa Canteras, llenas de nórdico colorido, y que estábamos deambulando a todo riesgo, sin entender muy bien lo que pasaba alrededor nuestro, gastándonos los vales de Spies que nos regalaban las Birgittas y Annetas de turno, el Club fue una especie de terreno neutral, donde se nos permitía estar y disfrutar, relacionarnos y retozar, sin los nervios de las mamás, ni los aburridísimos y ya superados guateques con pick up, en casa de alguno de nosotros, que era de donde veníamos.
No, no era definitivamente el Sirtaky, ni el Zorongo, ni siquiera como el Búho, ni el Saxo, ni el Tam-Tam, ni el Baldaquín, ni el Bar del Parque Santa Catalina, el Famoso Derby, nido de todos los vicios, y peligroso lugar de residencia de lo peor de la noche, arrimados a su barra ante un “destornillador”, o “ topo ciego”, autenticas bombas de coctelería, que te dejaban con poco seso, si es que se portaba alguno.
Julito, “el Niño las Pecas”, El Abuelo”, Ricardo V, Pablo B , etc., competían con Lolita Pluma por el reinado y compartían el terreno de caza.
La Boite del Club, era un camino entre, lo que querían nuestros padres y aquello, a lo que a pesar de nuestros 16 años y caritas de niño, nunca renunciamos, peleándonos con los “terribles porteros” que pretendíamos engañar con chaquetas y corbatas que aun empeoraban nuestro aspecto de púberes ansiosos.
La Boite daba el pego, estaba magníficamente ambientada, en el sótano central, tenía un equipo de música fenomenal, y los discos, hasta los más exigentes melómanos de la época, reconocían que eran muy buenos. Había que traerlos de Londres como no. El gran Pope, que pontificaba estilo era Paco Márquez, el rey de la música y hasta yo, con Pepe Julio Quevedo, representé a una discográfica que lo único que saco pegón era “Judy in Desquise”.
Tahúa aparte , billares y Alberiches traficantes, la música era nuestra vida, las suecas hasta ese momento, lo único asequible que nos llevábamos a la boca o a alguna mano, como máximo. Eso y los güisquis, muchos güisquis.
La Boite nos abrió un mundo nuevo, las nenas canarias, las más lanzadas, iban al Fataga, y era excitante, pero era cutreril y algo hortera, y a veces hasta peligroso. Se dedicaban algunos a poner Llombina en los vasos y, mal, muy mal.
Las nenas canarias, ante la competencia nórdica, encontraron en el Club un lugar de pastoreo y desquite, como lo fueron luego la disco de Las Olas o el Monte del Moro.
Aun me acuerdo bailando el Pata Pata con mi primera novia que me desencajaba el pergamino, que bien lo hacía Miryam Makeba,que nos abandonó recién y el Soul Finger the Bar Keys, y como esperábamos a Humperdink o a Mat Monroe para agarrar a las que se pegaban un poco y nos volvían locos con el “lote”.
De allí salió mi matrimonio del que tengo una hija, y allí conocí y disfrute de otras apasionadas y apasionantes experiencias, e incluso relaciones más intensas, casi todas las importantes. También como no, se nos ofrecía en cajas de fósforos, las peligrosas novedades del mercado Speedy, aun en ciernes y aun sin quitarse la careta de peligrosidad y enganche mortífero. Algunos probaron, de eso y de otras sensaciones. Había al acecho mucho peligro y algunos cayeron, por curiosos los más.
En las fiestas señaladas enfundados en el smoking y pajarita, nos gustaba tomarnos unos pelotazos en casa, y luego ir al Caobo, antro de antros en lo peor y mas peligroso de la “ciudad sin ley”, la famosa Isleta, y alternar con las más excitantes y depravadas mujeres de la ciudad. A ellas les encantaba, esos tiernecitos excitados, como nos decían, nos llenaban de besos rojísimos carminados, y volvíamos todos sobados y apestando a “pachulí” barato, ron del Charco y tabaco fuerte. Alguno también traía las manos oliendo, a lo mismo y a otros efluvios.
Presumiendo de trofeos entrábamos exhibiendo el “carné”, que dejaba en la puerta a algunos olvidadizos y otros discriminados. Así es la vida.
Nos atrincherábamos en la barra, y tras 4 ó 5 güisquis, perdida la inhibición y algunos días el sentido, nos lanzábamos a la pesca desmadrada que solía acabar abajo en un mar de besos, o en la terraza de la biblioteca, con incursiones mas atrevidas, que sellaban alianzas mas comprometidas. Niñas limpias, niñas cuidadas, niñas fantásticas, todas, todas tenían su juvenil atractivo, todas tenían su pocholote admirador.
Otras veces, nos sentaba mal la bebida y, estropeábamos la noche a papillazo limpio.
Que cantidad de uniones se forjaron al zoco de las fiestas del Club, y de la nominada Boîte. Que cantidad de tabús, se rompieron esos años, con un casco protector que hubiera sido distinto de haber aprendido fuera de su manto. De hecho, algunos que desafortunadamente se perdieron en la noche, seguramente habrían resistido de experimentar en el Club. Control, era la clave. Las Palmas y el incipiente sur mas tarde, estaba llena y ofrecía de todo lo mejor y lo peor, aprender a ser controlado, nos ayudó a sobrevivir enteros.
Fue una época, fue un momento, una circunstancia y un punto de inflexión.
Político, económico y social. Difícilmente coincidirá la Luna con Plutón nunca más. Nosotros vivimos ese momento. Felicidades Centésimo.
A recordar.
En lo que a mi respecta, el “Club”, estaba en el momento adecuado, en la época adecuada. Mi llegada al Club, de la mano de mi esforzado padre, que a base de una capacidad de trabajo extraordinaria, se aupó a Numerario, se produce cuando se inaugura la “Boite” del Náutico. Reconozco el privilegio, pero créanme, lo ganó el “antécesor” a pulso y no puedo menos que agradecerlo y valorarlo pero no , nunca avergonzarme.
Éramos Yolistas, remeros, 4 con timonel, y Banyoles era nuestro objetivo. Pero nos aburríamos como hongos comestibles. Necesitábamos acción.
Para nosotros, que andábamos algo perdidos en esas peligrosas calles del barrio del puerto de Las Palmas y Playa Canteras, llenas de nórdico colorido, y que estábamos deambulando a todo riesgo, sin entender muy bien lo que pasaba alrededor nuestro, gastándonos los vales de Spies que nos regalaban las Birgittas y Annetas de turno, el Club fue una especie de terreno neutral, donde se nos permitía estar y disfrutar, relacionarnos y retozar, sin los nervios de las mamás, ni los aburridísimos y ya superados guateques con pick up, en casa de alguno de nosotros, que era de donde veníamos.
No, no era definitivamente el Sirtaky, ni el Zorongo, ni siquiera como el Búho, ni el Saxo, ni el Tam-Tam, ni el Baldaquín, ni el Bar del Parque Santa Catalina, el Famoso Derby, nido de todos los vicios, y peligroso lugar de residencia de lo peor de la noche, arrimados a su barra ante un “destornillador”, o “ topo ciego”, autenticas bombas de coctelería, que te dejaban con poco seso, si es que se portaba alguno.
Julito, “el Niño las Pecas”, El Abuelo”, Ricardo V, Pablo B , etc., competían con Lolita Pluma por el reinado y compartían el terreno de caza.
La Boite del Club, era un camino entre, lo que querían nuestros padres y aquello, a lo que a pesar de nuestros 16 años y caritas de niño, nunca renunciamos, peleándonos con los “terribles porteros” que pretendíamos engañar con chaquetas y corbatas que aun empeoraban nuestro aspecto de púberes ansiosos.
La Boite daba el pego, estaba magníficamente ambientada, en el sótano central, tenía un equipo de música fenomenal, y los discos, hasta los más exigentes melómanos de la época, reconocían que eran muy buenos. Había que traerlos de Londres como no. El gran Pope, que pontificaba estilo era Paco Márquez, el rey de la música y hasta yo, con Pepe Julio Quevedo, representé a una discográfica que lo único que saco pegón era “Judy in Desquise”.
Tahúa aparte , billares y Alberiches traficantes, la música era nuestra vida, las suecas hasta ese momento, lo único asequible que nos llevábamos a la boca o a alguna mano, como máximo. Eso y los güisquis, muchos güisquis.
La Boite nos abrió un mundo nuevo, las nenas canarias, las más lanzadas, iban al Fataga, y era excitante, pero era cutreril y algo hortera, y a veces hasta peligroso. Se dedicaban algunos a poner Llombina en los vasos y, mal, muy mal.
Las nenas canarias, ante la competencia nórdica, encontraron en el Club un lugar de pastoreo y desquite, como lo fueron luego la disco de Las Olas o el Monte del Moro.
Aun me acuerdo bailando el Pata Pata con mi primera novia que me desencajaba el pergamino, que bien lo hacía Miryam Makeba,que nos abandonó recién y el Soul Finger the Bar Keys, y como esperábamos a Humperdink o a Mat Monroe para agarrar a las que se pegaban un poco y nos volvían locos con el “lote”.
De allí salió mi matrimonio del que tengo una hija, y allí conocí y disfrute de otras apasionadas y apasionantes experiencias, e incluso relaciones más intensas, casi todas las importantes. También como no, se nos ofrecía en cajas de fósforos, las peligrosas novedades del mercado Speedy, aun en ciernes y aun sin quitarse la careta de peligrosidad y enganche mortífero. Algunos probaron, de eso y de otras sensaciones. Había al acecho mucho peligro y algunos cayeron, por curiosos los más.
En las fiestas señaladas enfundados en el smoking y pajarita, nos gustaba tomarnos unos pelotazos en casa, y luego ir al Caobo, antro de antros en lo peor y mas peligroso de la “ciudad sin ley”, la famosa Isleta, y alternar con las más excitantes y depravadas mujeres de la ciudad. A ellas les encantaba, esos tiernecitos excitados, como nos decían, nos llenaban de besos rojísimos carminados, y volvíamos todos sobados y apestando a “pachulí” barato, ron del Charco y tabaco fuerte. Alguno también traía las manos oliendo, a lo mismo y a otros efluvios.
Presumiendo de trofeos entrábamos exhibiendo el “carné”, que dejaba en la puerta a algunos olvidadizos y otros discriminados. Así es la vida.
Nos atrincherábamos en la barra, y tras 4 ó 5 güisquis, perdida la inhibición y algunos días el sentido, nos lanzábamos a la pesca desmadrada que solía acabar abajo en un mar de besos, o en la terraza de la biblioteca, con incursiones mas atrevidas, que sellaban alianzas mas comprometidas. Niñas limpias, niñas cuidadas, niñas fantásticas, todas, todas tenían su juvenil atractivo, todas tenían su pocholote admirador.
Otras veces, nos sentaba mal la bebida y, estropeábamos la noche a papillazo limpio.
Que cantidad de uniones se forjaron al zoco de las fiestas del Club, y de la nominada Boîte. Que cantidad de tabús, se rompieron esos años, con un casco protector que hubiera sido distinto de haber aprendido fuera de su manto. De hecho, algunos que desafortunadamente se perdieron en la noche, seguramente habrían resistido de experimentar en el Club. Control, era la clave. Las Palmas y el incipiente sur mas tarde, estaba llena y ofrecía de todo lo mejor y lo peor, aprender a ser controlado, nos ayudó a sobrevivir enteros.
Fue una época, fue un momento, una circunstancia y un punto de inflexión.
Político, económico y social. Difícilmente coincidirá la Luna con Plutón nunca más. Nosotros vivimos ese momento. Felicidades Centésimo.
A recordar.
L. Soriano.
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