Naturalmente que hay que hablar del atavío con el que la ministra de Defensa irrumpió en la celebración de la Pascua Militar, fiesta mayor de los Ejércitos y las gentes que los componen. Y hay que hacerlo porque es ella la que ha querido que así sea vulnerando una tras otras las normas escritas del protocolo en lo que de ninguna manera es un debate machista, como insisten voces feministas con y sin carné, sino una insubordinación a las tradiciones y normas que rigen en las Fuerzas Armadas. El asunto no es si Carme Chacón iba o no guapa o si puede o no llevar pantalones a un acto oficial o ponerse lo que le dé la gana; el debate más bien se centra en determinar porque los militares a su mando político están sometidos a unas rigurosas normas (y una de las principales es el vestuario) y la ministra puede saltarse las que le afectan a ella, invitada -recordémoslo- a una recepción organizada por Su Majestad el Rey.
¿Se imaginan que debido a unos juanetes martirizantes Pérez Rubalcaba se hubiese presentando en chanclas al acto? ¿O que «el Asombro de Washington», aquel que dejó boquiabierto al G-20 con sus colosales recetas económicas, decidiese no llevar el preceptivo chaqué porque le parece un traje de boda pija y es conveniente darle un aire más modernito a la Pascua Militar?
Las asociaciones de militares recordaron ayer a la ministra que ellos pueden terminar arrestados si no cumplen con la uniformidad. Ella, anteayer, no lo hizo; ni siquiera vale la excusa -improvisada y ciertamente tontusa ante el alborotillo creado- de que no se trataba de un traje pantalón cualquiera sino que era un esmoquin azabache lo que vestía. ¿Y qué? En la invitación que recibió se decía claramente que debía llevar ir vestida de una manera concreta. Y no hizo caso.
Guardar el protocolo es siempre una cuestión de educación, no de catalogación de prejuicios sexistas. El no hacerlo, por tanto, no es un gesto innovador o una reivindicación de la libertad soberana del individuo sino una sobresaliente falta de urbanidad y cortesía.
Ni machismo ni retro feminismo ni buenrrollismo ni cualquier otra sandez que desde los sectores progresistas a los liberales se vertieron ayer como condecoraciones sobre la solapa del esmoquin de Chacón. Lo que para un militar a su mando sería un lamparón en la pechera de su hoja de servicios, a la ministra no sólo se le perdona sino que se le torna en lustroso galardón en el carrerón que parece haber emprendido desde que «el Asombro de Washington» la incluyera en el equipo gubernativo y se comenzase a mascullar su nombre en buena parte de las gacetillas adivinatorios que hablan de Chacón como sucesora de José Luis Rodríguez Zapatero, en demérito de María Teresa Fernández de la Vega.
Para poner la dosis precisa de camándula a este asunto de los pantalones de la ministra acudió al rescate Leire Pajín, siempre fértil en los lugares comunes y las obviedades desenfocadas, que se preguntaba circunspecta, casi ofendida, si alguien recordaba algún artículo de prensa sobre la indumentaria de algún ministro. Evidentemente no. Pero porque todos ellos, a derecha e izquierda, han sabido estar a la altura del protocolo, los usos y las costumbres.
Repito: no es cuestión del hábito sino del monje. O la monja. No se juzga aquí lo que lleva o no puesto sino su desobediencia a la educación.
No es ni grave, es más bien triste. Aunque quizás lo sea más la corriente de victimismo y solidaridad que ayer recibió alguien que no supo estar a la altura de las circunstancias.
¿Se imaginan que debido a unos juanetes martirizantes Pérez Rubalcaba se hubiese presentando en chanclas al acto? ¿O que «el Asombro de Washington», aquel que dejó boquiabierto al G-20 con sus colosales recetas económicas, decidiese no llevar el preceptivo chaqué porque le parece un traje de boda pija y es conveniente darle un aire más modernito a la Pascua Militar?
Las asociaciones de militares recordaron ayer a la ministra que ellos pueden terminar arrestados si no cumplen con la uniformidad. Ella, anteayer, no lo hizo; ni siquiera vale la excusa -improvisada y ciertamente tontusa ante el alborotillo creado- de que no se trataba de un traje pantalón cualquiera sino que era un esmoquin azabache lo que vestía. ¿Y qué? En la invitación que recibió se decía claramente que debía llevar ir vestida de una manera concreta. Y no hizo caso.
Guardar el protocolo es siempre una cuestión de educación, no de catalogación de prejuicios sexistas. El no hacerlo, por tanto, no es un gesto innovador o una reivindicación de la libertad soberana del individuo sino una sobresaliente falta de urbanidad y cortesía.
Ni machismo ni retro feminismo ni buenrrollismo ni cualquier otra sandez que desde los sectores progresistas a los liberales se vertieron ayer como condecoraciones sobre la solapa del esmoquin de Chacón. Lo que para un militar a su mando sería un lamparón en la pechera de su hoja de servicios, a la ministra no sólo se le perdona sino que se le torna en lustroso galardón en el carrerón que parece haber emprendido desde que «el Asombro de Washington» la incluyera en el equipo gubernativo y se comenzase a mascullar su nombre en buena parte de las gacetillas adivinatorios que hablan de Chacón como sucesora de José Luis Rodríguez Zapatero, en demérito de María Teresa Fernández de la Vega.
Para poner la dosis precisa de camándula a este asunto de los pantalones de la ministra acudió al rescate Leire Pajín, siempre fértil en los lugares comunes y las obviedades desenfocadas, que se preguntaba circunspecta, casi ofendida, si alguien recordaba algún artículo de prensa sobre la indumentaria de algún ministro. Evidentemente no. Pero porque todos ellos, a derecha e izquierda, han sabido estar a la altura del protocolo, los usos y las costumbres.
Repito: no es cuestión del hábito sino del monje. O la monja. No se juzga aquí lo que lleva o no puesto sino su desobediencia a la educación.
No es ni grave, es más bien triste. Aunque quizás lo sea más la corriente de victimismo y solidaridad que ayer recibió alguien que no supo estar a la altura de las circunstancias.
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